Los derechos fundamentales de todo ser humano (La sanidad, la educación, la justicia, el derecho a una vivienda digna, a sacar adelante a una familia, a aspirar a una justicia real, accesible y gratuita...), nunca deberían ser objeto de negocio, especulación o privatización. Si un gobierno gestiona mal, cámbiese el gobierno. Pero que no se utilice la rentabilidad como argumento para el saqueo de los bienes públicos. Los derechos no tienen precio, ni son negociables.


miércoles, 24 de septiembre de 2014

Apágalo todo.

Apaga la tele, apaga el móvil. Apaga el ordenador, desconéctate. Sal al balcón, mira la Luna. Sal a la calle, pasea. Es tarde, hay muy poca gente. ¿Qué ves? Todo está muy tranquilo, los árboles se mueven por una ligera brisa. Huele ya a otoño. ¿Qué oyes? Nada, muy poco, el viento, los coches que pasan, pocos. Alguien andando por la calle a estas horas, es de noche.

¿Qué piensas? ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Cuánto tiempo perdido delante de la TV, viendo anuncios de cosas que no quieres comprar, programas de chorradas que no quieres ver, telediarios manipulados por poderes manipulados por los grandes poderes! Para que pienses como ellos quieren que pienses. Rehenes degollados por un ejército terrorista que ha surgido de la nada, al parecer del fondo de la televisión, amenazas que sirven para bombardear países cuyo destino es ser bombardeados, gente que nace esclava, víctima desde el principio. Las armas son caras, los misiles generan beneficios, las movilizaciones contra las amenazas externas distraen de los problemas internos. Ya no te crees nada. ¿Y Libia? ¿Y Egipto? ¿Ya no pasa nada en Gaza?

Cuando la primera guerra del Golfo, las imágenes impactantes que nos ofrecieron en todas las cadenas vimos luego que eran montajes posteriores. La realidad que nos ofrecen es la suya. Existen los movimientos terroristas, pero de alguna manera los han creado ellos, Crean la amenaza para mantenernos asustados, para gastar bombas que pagamos todos, para recortar libertades. Te espían, te oyen, te ven, te fichan. Te crean una crisis para que aceptes trabajar más barato, con menos derechos. Te putean y te salvan. Y tú, agradecido por migajas de trabajo con sueldos de mierda.

¿Y ahora? Ahora le toca a Europa. Toca balcanizar Europa. Aquel sueño de una Europa unida, rica, culta, socialmente distribuida, con derechos civiles, con alta responsabilidad ciudadana, hermanada… Aquel sueño no interesa. Es una ridiculez de progres. Hay que cargarse Europa, y para ello se balcaniza, se divide, se empobrece. Se rompe la unidad promoviendo los egoísmos de los países ricos frente a los pobres, apoyando a gobiernos destructivos de aquellos países a los que se quieres, simplemente, convertir en estados-tapón.

Sí, porque la amenaza está allá abajo, con millones de africanos presionando. Sobrevivirán al Sida, al Ébola, a los virus que sea necesario. Vendrán. Y entonces… ¿Qué hacemos? Necesitaremos que España e Italia los paren, son los países fronterizos. ¿Francia? ¡Por Dios! Francia se cree casi como Alemania, y hay que mantener la ficción un tiempo más, porque todavía se cree una potencia.

Hay que fragmentar Europa, dividirla, balcanizarla. Que no sea una unidad, que se peleen entre ellos. Y mientras, acosamos a Rusia en sus fronteras. Movemos la Otan cada vez más cerca, hasta que Putin reviente o plantee una guerra que nos permita hacerle reventar. A nadie le interesa una guerra nuclear, pero si podemos volar convencionalmente una parte de Europa. Pues mira, en vez de Wolskwagen venderemos Ford, y así les financiamos las armas para defenderse y la reconstrucción de lo destruido. Y tan amigos. Ganaremos por las dos partes. Siempre ganan los que ganan y pierden los pringaos. Moraleja: No seas un pringao.

Es de noche, el silencio se impone. ¡Bendito silencio! Se me van revelando muchas cosas que con tanto ruido tenía taponadas. Puedo pensar, y lo veo claro. Nos están tomando el pelo, a unos niveles increíbles. Ahora escenifican la destrucción del partido en el poder. Ya no les sirve. Han cambiado las corrientes, ha cambiado la moda. Ellos mismos se hacen el harakiri y no sabemos si es por pura inteligencia, porque ya les da vergüenza seguir o porque ya han esquilmado bastante el patrimonio público. Ahora es el tiempo de los partidos alternativos. Ellos han sembrado la semilla, y te planteas: ¿De dónde sale esta criatura? La inteligencia del poder es que siempre crea una herramienta para seguir dominando. Los partidos que quieren seguir siendo visibles deben sucumbir a los asesores de imagen, a salir en la tele, a ser una pura mercancía más. Nada de contenido ideológico, y mucho menos revolucionario de verdad. Unos cambios para que parezca que algo ha cambiado y que todo siga igual. Y te preguntas; ¿Cómo han aparecido los de Podemos? ¿Quién los promociona? ¿Quién los financia? ¿De dónde ha salido ese dirigente del PSOE tan mediático? ¿Es una composición de asesores de imagen? ¿Han sabido que ya no vendían PP y están reconduciendo la demanda?

Pura TV, pura imagen, puro montaje. Debates de mierda, casi callejeros, en formatos de tertulia-espectáculo. No hay reflexión, no hay ideología. Balbiiiiiiiiin ¿Dónde estás?


Vivimos la vida americana por la TV. Nuestros jóvenes conocen más los barrios de las ciudades yanquis que los de su propia ciudad. Las series encandilan a la juventud y les hacen creer que la vida se resuelve en un sofá, o en un piso de eternos estudiantes cuyos únicos problemas son los del sexo. No hay política, no hay discusión sobre el futuro, no hay nada más que superficialidad. Películas de superhéroes o de soldaditos americanos traumatizados por sus guerras perdidas, pero que en el fondo llevaban razón. Policías de chaqueta y corbata que dejan sus placas pero resuelven el caso. Jóvenes con monopatín y gorra de lado, mascachicles descerebrados militantes de la incultura. Se ve lo mismo en cualquier país de Europa: Los mismos modelos, los mismos resultados. Estamos invadidos por la TV y las pelis, machacados, apabullados. La cultura europea es residual, queda para resistentes. Pero ya hay ministros Wert en España y habrá otros similares que eliminarán esas bolsas de resistencia de la cultura, hasta alisar nuestros cerebros al nivel de las sectas más caminantes. Curas, toros, mantillas y peinetas españoles, superhéroes, policías y rambos yanquis. Ya tenemos el esquema. Podremos ser felices si compramos, compramos, compramos y los fines de semana al centro comercial nos vamos.

Tienes que ver la tele, insensato, estúpido. Si no, acabarás acusado de terrorista, ecologista o cualquiera de esas cosas deleznables. Fútbol, fútbol, fútbol, Madrid, Rajoy, una manifestación a favor del Aborto. Qué malo es Mas, Fútbol, Madrid… Eso es el Telediario de la 1. Lo único que se salva es el tiempo, pero pronto lo quitarán porque es un buen programa. Y sólo faltaba Isabel, castellanismo puro, El Imperio. Una Grande, Libre. Toda España unida, pero castellana y con la Inquisición... ¡Madre mía!.

Silencio. Tienes que empezar a salvarte por el silencio. Tranquilidad para que se te vaya aclarando el cerebro, para ver en perspectiva. A veces, piensas que no debes comentar nada porque la gente a tu alrededor se escandaliza. Te sales del credo general. ¡Hasta te han creado un cauce para que seas antisistema! Ya ni siquiera puedes ser antisistema fuera del sistema, porque hay un movimiento antisistema dentro del sistema que es fundamental para mantener el sistema contra los antisistemas…

Manipulación, eso es. Burda y poderosa manipulación. Han creado la bola de la independencia catalana para despistarnos de la corrupción de determinados personajes y partidos, tanto catalanes como “españoles”, y ahora que se termina la fiesta no saben cómo cortar el hervor. Nos van a joder realmente, van a separar las sociedades, todo por conservarse en el poder, los unos y los otros. ¿Patrias? ¡Mierda! Intereses personales de gente que se llena los bolsillos mientras nos hace cantar himnos.

Nos hace falta silencio, sosiego, un gran silencio nacional, que se callen los que hacen ruido. Porque nuestro problema no está en si dimite o no Gallardón (nunca dimitirá bastante ni se irá bastante lejos) o en si Mas se sale del tinglado que ha montado de una manera o de otra. Está claro que los independentistas de buena fe se van a quedar con un palmo de narices, y aquellos españoles que crean que la unidad española habrá ganado con tal proceso estarán muy equivocados, tanto en lo que es unidad como en que alguien gane con esto.

Pero el peligro real nos viene de fuera, porque la Europa que se está diseñando para el futuro nos deja de mero estado-tapón, aislante entre los movimientos que se esperan en el Magreb, cada vez más radicales, y los plácidos dominios de los Imperios Centrales. A Europa se la suda si España se divide. Mejor: Dos mitades se manejan mejor que un entero. Y los españoles son capaces de pedir la independencia hasta de La Rioja, ya puestos. Francia está condenada a pretender ser el vecino pobre pero pijo de los alemanes, y el Reino Unido habrá de seguir de lacayo de sus propios capitalistas, que son los mismos que mueven los USA, para tratar de cortar cualquier atisbo de prosperidad de la Unión Europea. El resto, países colonizados o colonizables.

Todo esto mientras el plasta de Jerry no le toque demasiado las narices al Tom ruso, y no llegue el momento en que las disputas entre uno y otro se resuelvan con un nuevo planchado del territorio centroeuropeo. Con lo cual, hijos míos, lamentaremos la pérdida de un competidor comercial muy fuerte y podremos centrarnos en el Pacífico, que es donde realmente hay perspectiva de mercado.

Un futuro en barbecho, es lo que le espera a Europa. Con suerte, se mantendrán reductos que conserven la valiosa cultura europea, mientras predominan gobiernos corruptos, bandas mafiosas y otras sutilezas de los reinos de la noche. Y nosotros, nos comeremos los mocos esperando a los millones de turistas que nos han mantenido hasta ahora a pesar de nuestros atroces gobiernos y nuestras atroces políticas económicas. Seremos un país de camareros, jardineros y persianeros de nadie, porque no vendrán. Eso sí, todos con título universitario, por lo menos los que pudieron sacárselo antes de la era Wert.

Vamos mal, vamos muy mal. Porque nos tienen dirigidos, controlados, mentalizados. Tanto a nivel individual como colectivo. Son maestros en el arte del manejo de masas. Al que discrepa, se le sacan pruebas de que es un terrorista, un antisistema, un degenerado. Y la gente lo acepta, cierra el hueco y sigue, viendo a los policías buenos correr detrás de los terroristas malos y anuncios de lo bueno que es su gobierno, que se trae misioneros a curar del Ébola a precio de oro aunque no pague las dependencias, y si tú eres un anciano español con problemas, un dependiente, un familiar, te puedes morir porque no eres religioso y no sales en la tele. ¡Zas! ¡En toda la boca!, que diría Sheldon.

Nos hace falta el silencio, la reflexión. Echar a todos estos que hacen ruido, que pasen por la Fiscalía. Recuperar el sentido común a nivel de nación, sosegar los ismos, calmar las divisiones, tapar los agujeros que nos han hecho estos piratas. Rehacer todas las constituciones, porque es malo un andamiaje que se convierte en cárcel. Recuperar la justicia, la dignidad, la capacidad de escuchar…

Y cambiar estos esquemas. Porque están viejos, porque ya no nos sirven. Porque el mundo que nos espera ya no es el que creemos que sigue siendo. Y pensar por nosotros mismos, recuperar nuestra esencia cultural, nuestra diversidad. Solamente la sabiduría, como pueblo y como personas, nos puede rescatar. Y la sabiduría es incompatible con tanto ruido.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

El tigre cojo

Erase una vez un tigre, un tigre adulto, grande, fuerte. Dominaba en su manada. Tenía varias hembras que le rodeaban, le acariciaban, jugaban con él y se prestaban sumisas a sus deseos. Los machos jóvenes le respetaban, se acercaban a él cabizbajos, y uno solo de sus gruñidos bastaba para poner orden. Cazaba sin problemas, y cuando traía sus presas toda la manada se acercaba con respeto, sumisa, a compartir el botín que él traía.

Pero un día, persiguiendo a una presa, el tigre se clavó algo. Una rama, una espina, no se sabe. Aquella herida se infectó y el tigre perdió la funcionalidad de una de sus patas traseras. Ya no podía correr, ya no podía cazar. Ya no podía enfrentarse a los machos jóvenes, que poco a poco fueron dándose cuenta de su debilidad y fueron perdiéndole el respeto. Aquellas hembras que tanto le cuidaban comenzaron a atender a aquellos otros más jóvenes, más fuertes, más capaces de cazar y de defender la manada. Ahora era el último en el reparto de la comida que traían los otros, cuando le llegaba.

El tigre lo comprendía. Recordaba el tiempo en que él desplazo al antiguo macho dominante de la manada. Estaba viejo, débil, y no quiso ni enfrentarse a él. Simplemente se fue y le dejó el parque de hembras y de cachorros.

Había llegado su momento. El tigre lo sabía. Uno de aquellos cachorros que él había defendido, a los que había traído alimento, ahora estaba grande y fuerte, ahora era el dominante. Ahora ocupaba la sombra de aquel árbol que durante años había sido privativa de él. Ahora las hembras se tumbaban a su alrededor, buscando los genes del triunfador.

Al menos, pensó nuestro tigre, no le atacan. Le miraron todos indiferentes, como a quien ha perdido su turno. Y comprendió. Ya no podía esperar favores sexuales, ya no podía esperar el respeto de los jóvenes, porque ahora los jóvenes eran los que mandaban, los que cazaban, los que cubrían a las hembras. No había sitio para un tigre cojo, que a duras penas podía desplazarse. Ni correr, ni saltar, ni pelear, ni mandar…

Y el tigre se fue. Se fue sólo, sin volver la vista atrás. Nadie le despidió, pues todos estaban muy interesados en disfrutar de su nueva distribución de poder. Nadie compartió con él su presa, pues ya no era útil. Su destino era vagar por aquellos lugares en los que no había un macho fuerte con quien enfrentarse. Como no podía cazar, tenía que comer carroña, la que le dejaban los animales más capaces. Nuestro tigre fue perdiendo fuerzas. Su alimentación perdía calidad y la infección de su herida iba predominando.

Se tumbó bajo un árbol. Sabía que no iba ya a salir de allí. Había competido con éxito contra adultos más fuertes, y había ganado gracias a su velocidad y astucia. Había disfrutado de las mejores hembras, y engendrado muchos cachorros que ahora eran más grandes, más fuertes y más rápidos que él. Ellos tenía que labrarse una vida, él había ya hecho su parte.

Movió el rabo. Las moscas le rodeaban, como siempre en aquel clima bochornoso. Algo se movió entre los matorrales cercanos, y un inmenso y joven tigre macho apareció, prudente, olisqueando. Sería el amo de aquel territorio. Pero él no venía a disputar nada a nadie, venía a descansar, a dejarse ir tranquilamente.

El recién llegado se acercó, poco a poco. Vio ante él a un macho cansado, vencido, herido, queriéndose dejar ir. Y sin duda comprendió que aquel no era su enemigo, sino que era su futuro. Se acercó más y le dio unos tremendos lametones en la cara, como de agradecimiento, como de acompañamiento. Y se tumbó junto a él, en aquel atardecer, dispuesto a defender a aquel tigre viejo de los carroñeros que pudieran molestar su partida.

Pasaron muchas horas. Llegó el amanecer, y nuestro tigre cojo había muerto tranquilamente, bajo un árbol, al frescor de la noche. El tigre joven le olisqueó y le lamió, como último reconocimiento, como despedida. Sabía que un día él sería expulsado de su manada, sería rechazado por las hembras que antaño le perseguían y sería sustituido por alguno de aquellos cachorros a los que había enseñado a andar, a cazar, a pelear. Quería tener el derecho a retirarse sin molestar, a pasar sus últimas horas libre, bajo un árbol tranquilo, ante un paisaje infinito.

lunes, 8 de septiembre de 2014

FALLO GENERAL

Me despierta el calor. El aire acondicionado no funciona. La lámpara de la mesita de noche tampoco. No hay corriente eléctrica.

Me levanto. Abro la ventana. El bochorno de la noche de finales de verano sobre Valencia penetra rápidamente en la habitación aún fresca. La calle está oscura. Todo está oscuro. No se ven más luces que las de los coches, pocos, que pasan a esta hora. Ya casi está amaneciendo. La parte que veo de la ciudad está sin luz. Ni calles, ni fincas. Nada.

Pienso que no puedo hacer nada, y que será un fallo pasajero, así que intento dormir. Miro el despertador. Al menos, las pilas funcionan. Me quedan dos horitas todavía. Hay que aprovechar.

Las 6:45. Ahora siento que sí funcionen las pilas. Sigue sin haber corriente eléctrica. Levanto las persianas, y la débil luz del cercano amanecer me permite andar por casa sin tropezar. Voy a ducharme.

¡Mierda! No hay luz, pero tampoco agua. Un fino hilillo cae de la ducha. El calentador está apagado, claro. Pero no importaría si hubiera agua, es verano. La bomba que impulsa el agua desde la portería no funciona, claro. Pegas de estar en un piso alto. Esto se pone feo. Uso la cisterna del WC casi con pesar, pues no sé cuándo se va a volver a llenar. ¿Afeitarse? Malamente, sin luz ni agua. Así que me lavo la cara con colonia y caigo en que ¡Mierda otra vez! No irán los ascensores y me va a tocar bajar los doce pisos por la escalera, con lo mal que tengo las rodillas.

La nevera, pienso en la nevera. Se nos van a descongelar los alimentos. La abro y veo que está todo aparentemente bien. Confío en que la restauración de la corriente será pronto, así que cierro y cuando vuelva de trabajar me preocuparé. Pongo el transistor, pero coge poco. Muevo el dial cuidadosamente hasta que sintonizo una emisora: Radio Nacional, emisión de urgencia, emitiendo con la corriente producida por generadores, según dicen.  Poca potencia, se oye muy mal. El apagón no es sólo en Valencia: Es en todo el mundo. ¡Coño! Mi sorpresa es tremenda. ¿Cómo puede haber un apagón mundial?

Según la radio, no se puede culpar a los terroristas, ni a un accidente, ni a nada: El apagón es mundial. La corriente eléctrica ha dejado de fluir, y solamente se dispone de la que generan los generadores de combustión, pero con muy mal rendimiento, y de la que queda en las baterías. (Será culpa de Zapatero, pienso yo que dirán los del PP). Las centrales hidroeléctricas, nucleares, etc. siguen produciendo, pero la corriente desaparece, no se transmite por la red.

El Gobierno pide a los ciudadanos calma, no malgastar las baterías de los teléfonos y reservarlas para emergencias (Incluso los teléfonos fijos van ya en su mayoría con electricidad, así que esos no cuentan), y mantenerse a la escucha a través de los transistores. Afortunadamente, anoche cargué el móvil, así que llamo al trabajo. Me dicen que ni vaya: No hay corriente, no hay ordenadores, ni luz, ni aire acondicionado. No se puede hacer nada.

Miro por el balcón: A las puertas del supermercado de la calle se está haciendo ya cola. La gente está nerviosa. Miro nuestras reservas. Necesitaremos agua, pilas, latas. Todo aquello que no se vaya a estropear sin nevera. Cojo el carro de la compra y me bajo. Mi mujer dice que soy un exagerado y que sucumbo a la histeria general. Probablemente. Pero un exagerado con provisiones es mucho más divertido que un prudente con sed.

Llego a la cola. Admirable. No son las nueve de la mañana y ya hay un montón de gente, de forma que los del súper han puesto al vigilante en la puerta. Pasa un coche de la policía con altavoces: “No se alteren, esto pasará pronto, todas las potencias están analizando las causas. Mantengan la calma”. Mala cosa para que la gente se calme, decirles que los gobiernos van a solucionar el tema...

Entramos a mogollón al supermercado, iluminado por las luces de emergencia. Todos a por lo mismo. Pienso en los que tienen niños, y llamo a mi hija. Dice que no necesitan nada. Claro, en los chalets hay flujo de agua más fácilmente. Yo puedo aún coger unas botellas, latas, pilas… y chorizo y vino, qué caray. Hay que pagar en efectivo, no funciona la red, no se puede pagar con tarjeta. Subo a casa. El WhatsApp hierve. La gente está alucinada.

….

Pasan los días y esto no se arregla, al contrario. Los hospitales están consumiendo sus reservas de combustible para los generadores de emergencia, los enfermos sufren mucho por el calor y los riesgos sanitarios crecen. No hay agua en los grifos, pero tampoco hay gasolina ni gasoil en los proveedores: Las bombas que los impulsan por los oleoductos son eléctricas, y es imposible poner generadores para todas. En las calles ya hay serios tumultos, y la policía va dejando de utilizar sus vehículos. El gobierno ha decretado el estado de emergencia, y el Ejército  está colaborando a mantener un poco el sistema. Nadie sabe cuánto va a durar esto…

Estamos sordos y ciegos. No hay electricidad, no hay ordenadores, ni Internet, ni televisión, ni radio, a no ser las de pilas, que también se van acabando. Los móviles no se pueden recargar, y el que aún conserva batería lo guarda para las comunicaciones estrictamente necesarias. Además, va desapareciendo la cobertura, pues los generadores de las estaciones de repetición van agotando sus reservas, y las van silenciando.

Tampoco se puede cocinar, mira tú. Hemos sido tan modernos que hemos desterrado el gas: Mucha placa, mucho microondas, mucha plancha… ahora nada. Tampoco los que tienen gas ciudad, pues ya no fluye. Solamente los que conservan su bombona de butano en casa, pero en mi barrio ya son muy pocos. Pensamos que no pasa nada, pues esto no puede durar.

Se oyen disparos por la calle. La gente asalta los supermercados, que están cerrados porque las cámaras frigoríficas no funcionan. Las pérdidas son enormes, y el olor insoportable en algunos casos. Hay muy poca agua, y la usamos para beber. La higiene queda un muy segundo plano. Va a haber que irse de la ciudad, si esto sigue así.

Bajo a la calle. La gente, condenada a permanecer en sus casas, comenta en los rellanos con los vecinos y se revende cosas. Se ha generado un mercado negro. Pero es que hay muy poco efectivo ya, puesto que las tarjetas de crédito no sirven y los cajeros no funcionan.

Llego a la calle. Mal rollo. Se ven escaparates rotos y… ¡Mierda! Algunos coches tienen los tapones del depósito reventados. ¡Están robando el combustible de los coches! Llego al mío y veo que lo han intentado, pero afortunadamente parece que han desistido. Compruebo que sí, que me queda. Hay que irse, esto aguantará poco.

Subo a casa, Le planteo el tema a mi mujer. Habrá que juntarse con la familia, compartir lo que tenemos y que ahora vale: Unos pocos euros, unas botellas de agua, unas pilas y… ¡Un móvil con algo de batería! Los metemos en unas bolsas y empezamos a bajar. Algunas puertas se abren y los vecinos dirigen miradas ávidas a nuestras bolsas. Hace unos días, esto era una finca guay con gente guay y de clase media alta. Ahora, todos nivelados casi a cero por la falta de servicios mínimos. Si esto sigue así, depredadores al acecho de la presa, aunque sea el vecino de arriba. Aleccionador.

Llegamos a la calle. Una pareja de policías, muy armados, nos para: ¿Dónde van ustedes? Le cuento que tenemos que ir con nuestras nietas, mientras tengamos combustible. “Tenga mucho cuidado, las carreteras están llenas de bandas que se dedican al pillaje.” Ahora tengo más claro que hay que irse cuanto antes. Nos metemos en el coche y arrancamos. Las calles están casi desiertas, no hay casi coches en movimiento. Los cruces son muy peligrosos, no hay semáforos. Muchos establecimientos tienen las puertas reventadas y han sido saqueados. Se ven grupos muy amenazadores y patrullas de soldados o policías. Parece una película de ciencia-ficción.

Llegamos, no sin haber pasado bastante miedo. Metemos como podemos todos los coches dentro de la valla del chalet. Hacemos recuento de víveres. Organizándonos, tenemos comida para las niñas, y unas cuantas pilas que nos permiten  seguir las noticias por la radio de emergencia. El último WhatsApp de mi hijo dice que también han conseguido salir de Madrid, que está aún peor que Valencia, y han conseguido llegar al pueblo de ella. Afortunadamente, parece que se mantiene activo algún repetidor de mensajes. Pero intermitentemente. 

…..

Va a cumplirse el mes desde que desapareció la electricidad. Parece ser que afecta a todo el mundo, y lo achacan al influjo de las radiaciones solares. Vamos, como si los electrones estuvieran en huelga y no quisieran moverse por los cables. 

Casi chistoso, sí, pero nada funciona. Los hospitales van cesando en su actividad, la  mortalidad está creciendo, faltan seriamente los alimentos y en las ciudades grandes ya hay tumultos serios. La mayor parte de farmacias están saqueadas. La policía y el ejército disparan. Cuando se provocan incendios, no se pueden apagar porque los camiones no tienen combustible, no hay bombas, no hay presión de agua. Los edificios tienen que arder como velas, hasta extinguirse. Y se propaga de unos a otros. La gente sin hogar vaga por las calles, se amontona en las plazas. La Alameda y el río están cubiertos de gente acampada, asustada. No hay higiene. Los poderes públicos han desaparecido prácticamente. Unos dicen que el caos les ha vencido, otros dicen que, simplemente, han huido con el botín. Hay partidos y ONGs que intentan componer alguna solución. Se vuelve a las asambleas en las calles, a la política cercana, a la auto organización. La sociedad tal y cómo estaba montada está desapareciendo, y como era de esperar los que han vivido a costa de ella la abandonan en cuanto deja de ser útil y/o hay peligro.

Los días pasan muy lentamente, no hay nada que podamos hacer, solamente esperar la hora de las noticias, en la que nos reunimos tensos alrededor del transistor. Parece que los movimientos radicales se han dado cuenta de que el primer mundo está vencido. No hay petróleo, no hay electricidad, no hay electrónica, no hay armas sofisticadas. Las policías y los ejércitos no tienen medio de comunicarse, no se pueden desplazar con rapidez, no se pueden coordinar, no les van los sistemas de armamento.

Y vienen, vienen a por nosotros. Ellos saben vivir entre privaciones, muchas veces porque nosotros, el mundo “civilizado”, hemos convertido sus países, sus ciudades y sus hogares en ruinas, y hemos matado a padres e hijos con nuestros “drones”, nuestras “bombas inteligentes” y demás figuras retóricas para ocultar la opresión el fuerte sobre el débil.

Pero ahora ya no somos fuertes. No tenemos informática, ni Internet, ni comunicaciones. No valen de nada las redes de emergencia, ni las militares, ni los robots, ni los radares, ni nada. Los electrones no circulan. No tenemos agua, ni combustibles, ni siquiera dinero para pagar por nuestra seguridad. Es un enfrentamiento hombre a hombre, persona a persona. Y ellos saben vivir entre ruinas, saben sobrevivir con poca comida, saben pelear sin armas avanzadas, ven mejor en la oscuridad, aguantan más físicamente. Nosotros les hemos enseñado, les hemos obligado a aprender. Queríamos sus recursos naturales y su mano de obra, pero no les dejábamos entrar en nuestro paraíso. No eran nuestros enemigos, y les hicimos serlo. Ahora ya no nos tienen miedo.