Buenas noches a todos.
Cuando uno llega a disponer de su propio tiempo (es un decir), por ejemplo, alcanzando el estatus de jubilado, suele venir de un entorno en el que, por una razón u otra, aparecen razones de estrés. Hay gente a la que se la ve estresada y otros, entre los que me incluyo, que en la mayoría de ocasiones hemos podido aparentar tranquilidad pero "la procesión ha ido por dentro", y se ha transformado, somatizándose, en trastornos estomacales, tensión alta, etc. En todo caso, el estrés es muy común y nada bueno.
Hemos heredado, y estamos aún bajo su influjo, la ideología perversa de la revolución industrial, y aún remontándonos, de los principios del capitalismo. Hubo un momento siniestro (algunos lo calificarán de positivo para la humanidad) en el que el artesano dejó de hacer su producto tranquilamente, acabándolo con esmero para poder sentirse orgulloso de él como pieza única. Y lo vendía directamente en su chiringuito, o ya lo tenía encargado por alguien. Y lo acababa y empezaba otro, que forzosamente iba a salir distinto, eso que ahora se aprecia tanto y es privilegio de los ricos: el artículo único.
Pero volvamos al artesano, feliz en su chiringuito: Ahora voy a hacer esto, ahora me voy a la plaza, ahora trabajo un poco, ahora me voy a pescar.... Empezaba y acababa. Y cuando daba por concluida su obra cerraba ese asunto y empezaba con otro. Aquí está el truco: Cerrar ficheros.
Pero apareció el intermediario listo, y engatusó al artesano con eso de "Tengo vendidos muchos como este, pero tienen que estar para tal fecha". Y como el artesano no daba abasto, le propuso que contratara más gente o explotara a su familia. Apareció la división del trabajo: "Tu haces el agujero, yo el botijo". Y la gente dejó de hacer una obra completa para hacer partes de ella. Claro, podía hacer el agujero perfecto. Pero en sí no era una cosa útil, porque la cosa útil era el botijo acabado. Y quien acaba las partes no acaba el todo.
Para no alargarnos, al final hasta nosotros ha llegado la relación entre "productividad" y "valía del trabajador". Y en muchos entornos se confunde "productividad" con la capacidad de hacer muchas cosas a la vez. Y todos hemos sufrido la presión de lo que es estar acabando una cosa y que te abran otros frentes con los que no contabas, y entonces estás ante un neto generador de estrés, que es, usando el lenguaje informático, tener abiertos varios ficheros y no haber cerrado ninguno. Esa sensación amarga al final de la jornada de haber estado todo el rato "activo" pero no haber sido "productivo", porque no has completado nada.
Hay una especie de leyenda urbana, que muchas mujeres se creen y aplican, que nos acusa a los hombres de no poder hacer varias cosas a la vez. Y eso se suele utilizar como juicio de valor, como diciendo: "¿Ves, nosotras somos más productivas porque atendemos a la vez a varios frentes?" Aparte de discusiones problemáticas de herencias atávicas (Era muy malo estar cazando y a la vez pensando en otra cosa, o estar peleando contra los vikingos y a la vez haciendo otra cosa), el tema es lo interinizado que tenemos, unos y otras, que hacer muchas cosas a la vez es valer más que el que hace solo una, sin entrar en el qué ni en el cómo.
Como ejemplo cruel, podemos ver la tiranía en la que se impone a muchos niños una pluriactividad que no le permite el relax en ningún momento. Me comentaba un chaval de unos doce años que tenía que comer mientras iba a inglés, porque tenía inglés en las horas de comer entre las clases del colegio, porque a la salida del mismo tenía clases de tenis y guitarra. Ese pobre niño será un objeto de exhibición para los padres, pero es un pobre niño sin tiempo para ser un niño.
Por eso titulo esto como "La felicidad de la secuencialidad". Porque una manera de ser feliz es poder hacer una cosa detrás de otra, y dejarla acabada a satisfacción, de forma que puedas "cerrar el fichero". Y luego coger otra. Pero sin amontonarse.
Una de las muestras de la inmadurez irremediable del género humano es la continua dependencia que el personal tiene de que le organicen las vacaciones. Antes teníamos ya la mochila preparada en casa con el saco de dormir, unas latas y poco más, y en cuanto llegaba el fin de semana te ibas zumbando al monte, con los amigos o solo, pero ibas a ser persona, a andar entre pinos, a subir montañas o simplemente a tener una de las sensaciones más maravillosas que conozco, que es oír desde dentro de la tienda de campaña cómo amanece: los ruidos del bosque, el viento entre los árboles....
Ahora no. Ahora hay que ir en grupo organizado y conciertas con una empresa multiaventura para no "perder" ni un sólo día de tus vacaciones. No puedes parar, no sea que pienses. Y antes, claro, has pasado por Decathlon o similares para comprarte los modelitos - ellas y ellos, todos igual de pavos - adecuados para la actividad. Y además una funda protectora para poder seguir oyendo la música en el móvil a toda castaña para que no te moleste el ruido de la naturaleza ni las conversaciones de los otros. Hemos pasado de valorar la tranquilidad a valorar la actividad. El "miedo al vacío" del arte barroco se traslada a la agenda. Aquel que no se mueve con el rebaño, no está en el rebaño.
Está el ejemplo del Camino de Santiago: En su versión primaria un camino iniciático en el que empezabas en un sitio y terminabas en otro (cuando se hacía por tramos no tenía que ser el mismo Santiago), pero tú ibas principalmente contigo mismo, deslabazando el camino y lo que en él te pasaba como un modelo de la secuencialidad, sin ningún estímulo más que ese. Empezar, andar, pensar, acabar, descansar. Era como un "ayuno" curativo de esos estímulos agresivos que van bombardeándote diariamente.
Hay como una especie de presión general para que estemos "distraídos". Incluso este paradigma se ha aplicado, como digo, al tiempo libre. En él, hay que hacer lo que todos, y luego llevar de regreso, al trabajo o a donde sea, centenares de fotos y videos, si no es que las has enviado por el móvil intoxicando al personal. Creo que hoy, lo más "Crack" que llegará a ser "In" y "Trending topic" será mandar una foto de un libro (habrá quien lo tenga que buscar en la wiki) y decir, exactamente: "Estoy haciendo lo que quiero cuando quiero". El noble arte de no hacer nada muy despacio.
Digo todo esto, como podréis haber notado, en defensa del retorno de la valoración de la secuencialidad. Esto es: La posibilidad y el derecho a hacer las cosas una detrás de otra, sin agobios. Porque, al final, no haces mucho menos, pero lo que haces lo has acabado. Y lo que es importante, en tu cerebro no quedan cabos sueltos que luego no sabes cómo reconectar. Si la felicidad es un camino, recorrámoslo tranquilamente.
Así que: sed secuenciales, amigos.
Que la secuencialidad os acompañe.
1 comentario:
Magnífica reflexión, que comparto plenamente. Mi gran amigo y compañero Angel demuestra sus dotes literarias de pensador sensato en estas líneas.
Yo iría algo más lejos, sin embargo: ¿por qué se empeñan en apresurarno?
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