Hemos visto, si nos acercamos a la cimática, el efecto que el sonido puede tener en nuestra materia y en nuestra esencia. Las convicciones dependen de cada uno, y el umbral de lo que no cree o hasta dónde se atreve a abandonar las rigideces de lo enseñado son propiedad y derecho individual.
Pero hay un hecho: El silencio es el mayor privilegio que una mente puede obtener, que un espíritu que busque dentro de sí la paz o la armonía puede pretender. Pero no hablo del silencio absoluto, del silencio sepulcral. Este, a veces, puede resultar contraproducente para nuestra meditación, para la búsqueda de nosotros mismos. Hay silencios estruendosos, que nos amenazan, que hacen que nuestro estado no sea relajado, sino amedrentado. No es ese silencio el que necesitamos.
Hablo de un silencio natural, aquel que está compuesto de sonidos que enlazan con nuestro ser básico: El sonido de las olas al romper en una playa de cantos rodados, el sonido del agua de un río tranquilo, el susurro de las ramas de los árboles azotadas por el viento: Todos aquellos sonidos que nos devuelven a la naturaleza, a nuestra casa de partida.
Ruido, en otra de las frases que se achaca al genio de Napoleón, es todo aquel sonido que no se quiere oír. Para el que está oyendo un concierto, está claro lo que es ruido. Para el que está en medio de una conversación interesante, ruido será, por ejemplo, cuando algún impertinente inicie otra conversación paralela, costumbre asentada en la deseducación hispana. Ruido es, está claro, un amplio concepto que abarca una definición por negación. Luego el concepto de ruido es subjetivo, pero todos lo entendemos.
Para muchos valencianos, la mascletá, por ejemplo, no es ruido. Para otro subconjunto de ellos (no necesariamente disjunto), las músicas (por así llamarlo) que se ponen en las carpas falleras son un ruido insoportable. El ruido es una agresión, está claro. Y lo es, principalmente, porque las víctimas no pueden evitarlo: Si su vecino, pared con pared de su cama, ronca, usted es una víctima de ese ruido. Si de madrugada, cuando más a gusto está durmiendo, pasa un salvaje con la música del coche a toda pastilla, usted es agredido en lo más profundo de su intimidad.
El ruido siempre se asocia a la barbarie. La disarmonía es la negación de la armonía, la materialización de la entropía. Los salvajes ataques de los bárbaros, las orgías, las fiestas satánicas... todo eso lo asociamos a un ruido amenazador, a una música destructora, a un sonido aterrador.
No en balde, las dictaduras, los estados totalitarios en general, han conocido bien el poder del sonido para movilizar a las masas: desde los primitivos tambores para llevar a los hordas a la batalla con paso uniforme hasta las elaboradas marchas militares que no persiguen sino lo mismo. "Junta una multitud de pacifistas, haz sonar un tambor y los llevarás a la guerra", decía Churchill.
Hay que poner en este nivel la manipulación sonora a la que se somete a la juventud. La música que se les ofrece, alrededor de la que gira el negocio de la fiesta para jóvenes, está concebida para alienar y adocenar (excepto honrosas excepciones, claro). Se hace creer a la juventud que mediante la emisión de ruido se lo pasa mejor, y es que mientras la gente hace ruido y chilla, no piensa. Y aquí participan organismos oficiales en cantidad de ocasiones, en la organización y promoción de eventos emburrecedores. Si la gente que piensa no grita, será que la gente que grita no piensa, parece ser el razonamiento de algunos poderes.
Los pueblos cultos, educados, respetan el silencio. Interpretan correctamente que el ruido es una agresión. Por contra, los pueblos primitivos, mejor, asilvestrados, (hay pueblos "primitivos" con mucha sensibilidad) expresan sus emociones de forma ruidosa, invadiendo el espacio íntimo de los de su entorno y haciéndoles partícipes de sus emociones a la fuerza. Véanse manifestaciones tan patrias como los petardos, las tamborradas, las verbenas, etc.
Las culturas basadas en el cuidado interno de la persona defienden la quietud, que no es sino la ausencia de perturbaciones, entre ellas los ruidos. Cualquier forma de meditación, de introspección, lleva necesariamente a un silencio pacífico o bien a una música determinada, que favorezca tal tránsito. Está claro que facilitándonos un entorno adecuado llegaremos mejor a trabajar con nuestro interior, a conseguir la paz. Desde los monjes tibetanos hasta el canto gregoriano, multitud de manifestaciones asocian el sonido al trabajo interior, por lo que reconocen su importancia, y por tanto la inconveniencia de "ruidos" contrarios. Está claro que con los sonidos que emana nuestra sociedad actual, el ciudadano no especialmente concienciado tiene difícil poder llegar a tal paz interior, pues desde el despertador de la mañana hasta la televisión que apaga para acostarse está recibiendo ruidos, sonidos anarmónicos que pueden llegar a generar estreses somatizados. Y aun hay gente que duerme en entornos con ruidos de fondo, esos a los que parece que el oído llega a acostumbrarse pero que en general impiden el correcto descanso.
Hace años hubo una web con una iniciativa para recuperar el silencio. La firmaban personas de mucha categoría intelectual. Ignoro qué pasó con eso, y lo siento mucho. Deberíamos, seriamente, plantearnos como sociedad la necesidad de recuperar y defender ese bien inmaterial, intangible pero necesario.
"El silencio es un camino para abordar la suprema belleza." (J.F. Moratiel)
Como símbolo de cultura recuerdo que, a principios de los ochenta, asistíamos a un congreso en Bruselas y nos quedamos admirados porque, a la hora del desayuno, en el comedor del hotel reinaba un exquisito (digo exquisito porque era consciente y culto) silencio ya que, mientras los clientes desayunaban, el hotel ponía un cuarteto de cámara que interpretaba una preciosa música. Allí nadie osaba hacer ruido, el respeto era total. Comparadlo con nuestros hoteles de buffet libre de la Costa del Imserso.
Desde entonces, ha quedado en mi subconsciente asociado a la cultura y a la delicadeza el hecho de comer con una música tranquila de fondo, a ser posible barroco de cámara, que está hecho para eso. Ello no impide las conversaciones interesantes, pero disuade de las vacuas, además de que cualquier informado sobre alimentación nos hablaría de las ventajas de una ingesta tranquila. Se puede comer con mucha categoría sin ir a restaurantes de diseño. Necesitamos menos "Master Chef" y más maestros.
En realidad, me he enrollado a deciros todo esto porque quería presentaros el
Concerti Napoletani per Violoncello, que podéis disfrutar directamente aquí. Es una música ideal para lo que os comentaba, una obra que reúne a tres nicolases: Nicola Fiorenza, Nicola Porpora, Nicola Sabatino y un "intruso" por no ser Nicola: Leonardo Leo.
Os dejo disfrutar de esta maravilla con el deseo de que podamos alejar los ruidos y a los ruidosos de nuestra vida, tanto personal como política.
A ver si a partir de lo de Andalucía empezamos a barrer la porquería.
Salud y buenas noches.