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sábado, 26 de enero de 2019

La pulsera de salud: Pulsana

Esto es un cuento de ficción, cualquier parecido con la realidad, presente o futura, es mera coincidencia. En ningún caso se promueve o ataca marca ninguna.

Capítulo 1 - Una pulsera mágica


Un principio sencillo


Se vendieron millones de pulseras, su precio las hizo accesibles a casi todo el mundo. En un principio sus funciones eran muy básicas: Te daban la hora (adiós, relojes), te decían cuantos pasos habías hecho, cuanta distancia habías andado, tu pulso. Y mediante la conexión con el teléfono móvil tenías un control completo de estos datos. Además, otras personas podían tener acceso a ellos (autorizándolas tú, claro) y así montabas redes que se incentivaban mutuamente. Todo un éxito.

Se consiguió que la gente llevara puesta la pulsera durante todo el día, para ver cómo dormías, cuales eran tus picos de actividad, etc. No se sabía que todos estos datos, a través del teléfono, eran almacenados en una gran base de datos que luego se iba a ofrecer a los seguros médicos, a los empleadores, etc, "convenientemente anonimizadas y solamente con fines de investigación", claro.

Aplicación reloj de pulsera inteligente para la salud — Archivo Imágenes Vectoriales


Completando funciones

El siguiente paso fue desarrollar un conjunto de funciones que calculaban tus índices de colesterol, triglicéridos, etc. No hizo falta cambiar la pulsera, el hardware que nos habían vendido era suficiente. Nadie se explicaba cómo conseguía este aparato acceder a esa información de nuestro cuerpo, pero se acogió muy favorablemente: Ahorraba millones de análisis, no era necesario pinchar a nadie, el programa, convenientemente actualizado a través del móvil también, se cuidaba mucho de darte las alertas adecuadas cuando tus índices sobrepasaban los límites adecuados. Todo un avance.

Nacen PULSANA y su PUC

En el mejor momento de éxito de la pulsera el fabricante decidió ponerle un nombre, ya que formaba parte de la vida de las personas como su mejor amiga. Se llamaría PULSANA, nombre muy acertado pues enlazaba con los que otras grandes multinacionales habían puesto para sus asistentes digitales. Así, "Pulsana acompaña tu vida y cuida de tu salud" era el mensaje por el cual los papás regalaban en cuanto podían una pulserita a sus hijos.

Se anunció que cada pulsera tenía un PUC (Pulsana unique code), de forma que mediante este se podía identificar al portador. Faltaba el milagro: Identificar unívocamente al portador con la pulsera, que nadie se la pudiera cambiar.

Apareció una nueva función mágica: Una vez puesta la pulsera, y con la aprobación expresa del usuario dada a través de la aplicación del móvil, la pulsera establecía un algoritmo con los parámetros que conseguía del organismo del portador que hacía que solamente pudiera funcionar en la muñeca de este, y en ninguna otra. De hecho, cuando la pulsera se quitaba de su "dueño" dejaba de funcionar. De esta forma, cada persona portadora podía ser identificada con ese PUC.

Esto revolucionó muchas cosas. Astutamente, el PUC tenía el mismo número de caracteres que la mayoría de carnets, y sus posibles combinaciones alfanuméricas daban para muchos usuarios. ¿A que llevó esto? A que gradualmente las bases de datos sanitarias, bancarias, etc, aceptaran el Pulsana Unique Code como identificador del usuario. Y no hacía falta autoridad aseguradora, porque ya la empresa había conseguido que las autoridades internacionales certificaran que la asociación PUC-persona portadora era única e inequívoca. Unívoca, para ser exactos.

"Pulsana te pide hora en el médico cuando lo necesitas" - La aplicación conectaba con tu sistema de salud (público o privado) y negociaba tu reconocimiento enviando previamente (tú habías autorizado al asociarte la pulsera) los parámetros de tus análisis, que ella había tomado. Incluso los informes de sueño.

Aparece MAMÁ

"Pulsana te paga los gastos" - No exactamente, claro. Mediante la pulsera se adaptaron los mecanismos de pago e incluso de obtención de efectivo. Era como si pagaras tú con tarjeta, solamente arrimando la muñeca, o incluso ni eso si estabas suficientemente cerca. La señal estaba encriptada con potentes algoritmos que garantizaba que solamente un tratamiento muy sofisticado de la misma pudiera piratearla. Y es que estaba encriptada con tu organismo. Para desencriptarla en el destino se había desarrollado un megagigaterasuperconputador que simulaba tu organismo y, actuando de intermediario, permitía el proceso en la base de datos destino.

A este megagigaterasuperconputador, cuya ubicación, composición y demás datos se guardaban en el máximo secreto, pero que interaccionaba con cualquier red a velocidad instantánea, se le pensó llamar DIOS, pero se temió que esto fuera mal acogido por los radicales. Se le pensó llamar entonces  PAPÁ, pero se temió que se acusara al nombre de patriarcalismo machista, así que se le llamó MAMÁ que era mejor acogido por los portadores y las portadoras. Además, se confirmó que aquellos mensajes que comienzan con la palabra "Mamá" bajan la guardia subconsciente del receptor y penetran mejor, influyendo de forma más potente en sus procesos mentales.

Mamá está preocupada

Pero esa simulación de tu organismo tenía otra utilidad, que era extrapolar y simular con tus datos las posibles evoluciones de tu vida, de forma que se supone que solamente a ti te podían enviar alertas de la forma "En tres meses generarás una diabetes" "Tu hígado se está recuperando", etc. En el caso en que persistiera la situación, los mensajes cambiaban a "Mamá está preocupada", "Mamá va a llamar al médico", etc.

También tú podías haber autorizado a tus próximos para que tuvieran acceso a esos datos, de forma que ellos también sabían cual podía, muy probablemente, ser tu evolución. En ese caso los mensajes se transformaban en "Mamá está preocupada por la tensión de X". Y tu familiar era así cordialmente invitado a corresponsabilizarse de tu salud. Lo que no se sabía es que mediante un módico precio, que variaba con la cantidad y calidad de los datos obtenidos, esta información se transmitía también a otras entidades. Por ejemplo, a tu empresa "Su empleado XX presenta altos índices de alcohol en sangre en horas de trabajo". Desde luego, las agencias de seguridad podían, en cualquier momento, saber tu situación de salud

El microchip

Se pensó en un principio que la incipiente posibilidad de insertarse microchips con un código identificador emitido mediante señales de radio iba a ser rival para la pulsera. Mentira: El microchip no tenía pantalla. La pulsera, además de decirte la hora, cada vez iba consiguiendo un interfaz más humano. Rápidamente los microchips dejaron de ser una opción interesante.

Una pulsera que no es pulsera

Existía la posibilidad de que la gente se quitara la pulsera. No era necesario, porque Pulsana ya aguantaba la inmersión hasta los -500 mts, donde era muy difícil que la mayoría de usuarios llegaran. Podías hacer cualquier actividad con ella. Pero aún así se desarrolló un tejido absolutamente compatible con la piel humana, capaz de crecer con la muñeca, libre de toda generación de alergias. Se podía elegir en cualquier color, aunque por defecto era transparente. Más adelante se consiguió, mediante la aplicación en el teléfono, que pudiera cambiar de color a elección. O incluso asociarla su escala cromática a alguno de los parámetros de forma que, por ejemplo, se fuera poniendo roja cuando te subía el pulso.

Una aplicación de esto fue la utilización del ciclo menstrual de las mujeres para generar avisos. Los días "rojos" y "verdes" de aquellas que, por convicciones religiosas, no usaban contraconceptivos estaban fiablemente controlados. También, claro, en los casos de embarazo la pulsera te avisaba discretamente.

PULSITA para los niños

Obviamente, interesaba poner PULSANA  a los bebés desde el momento de su nacimiento. A la posibilidad de que la pulserita fuera creciendo con él (al principio había que cambiarla en función del crecimiento, pero con el tiempo se consiguió que la "correa orgánica" le acompañara, sin quitársela, hasta la adultez) se le añadieron múltiples funciones ideales para los padres. Por ejemplo:

Tu hijo respira
Puesto que la obsesión de la mayoría de los padres de que su hijo podía dejar de respirar en cualquier momento, se podía sincronizar la pulsera con el pulso del niño. Así, esta generaba su pulsación en la muñeca del progenitor.

Tu hijo tiene fiebre
Ya no eran necesarios los termómetros. Un mensaje al padre: "El niño tiene 37,5ºC", acompañado de un mensaje de Mamá: "Mamá dice que le des Paracetamol jarabe 3ml una vez cada 8 horas. Mamá te avisa". Se acabaron las llamadas al pediatra, las noches en vela. Mamá te despertaba si hiciera falta.

¿Dónde está tu hijo?
Otra de las funciones muy atractivas para los padres era el control continuo de la ubicación del niño. Bien dentro de un plano de la habitación que PULSITA era capaz de hacer o en un mapa de cualquier zona podías delimitar límites, en función de la edad del niño, para que la pulsera te avisara si salía. Obviamente, te indicaba si estaba acostado, de pie, tumbado, andando. Al crecer podías saber si estaba realizando alguna otra actividad que acelerara su pulso, e incluso que incrementara sus hormonas. El control de la ingesta de cualquier bebida, droga, etc, era tan rápido como su disolución en sangre. Mamá te decía: "Tu hijo está bebiendo cerveza acompañado de otros tres PUCs correspondientes a dos varones y una hembra". Y es que en el próximo capítulo veremos:

Las funciónes sociales de PULSITA/PULSANA

sábado, 4 de julio de 2015

EL CHALET DE LA CAÑADA

Va a hacer siete años que fui la úlima vez. Mi amigo Moncho lo había alquilado cuando ya estaba enfermo y volvía a vivir solo. Pero no lo estaba, porque éramos muchos los que queríamos acompañarle.

Ya he contado esto en esta entrada, dedicada a Moncho. Ahora quiero hablaros del chalet. Me impresionó nada más entrar, porque el chalet que había alquilado Moncho para vivir era el mismo en el que yo había pasado todo un verano con mi familia en 1960. Cuarenta y ocho años despues identifiqué desde aquel momento la verja, el jardin cuadriculado, la higuera a la derecha de la entrada, el porche, las habitaciones, la pequeña balsa donde yo, con ocho años, me refrescaba. La habitación donde dormíamos mi hermana y yo, con ventana al porche y a la derecha de la entrada era la que ahora ocupaba Moncho. Y yo dormí, para acompañarle, en la que correspondió en su momento a mi abuela.

Es impresionante como una casa, unas paredes, te pueden hacer volver tantos años atras. Al lado, donde ahora hay una horripilante finca de tres pisos, estaba el chalet de mi amigo Evaristin. Me daba mucha envidia, porque tenía dos hermanos mayores que le surtían de soldados de goma, de aquellos de "El puente sobre el río Kway", ingleses y japoneses. Y le hacían maquetas con montañas de corcho de las de los belenes, trincheras, campos de concentración, etc.

Yo hacía méritos toda la semana para que mi madre, los domingos, me comprara un soldadito en el kiosko de la estación. Valían 5 pesetas, y no estaba la cosa para muchos. Así que yo los valoraba especialmente.

Nos agenciamos un carro de bebes de madera, de esos con ruedas enormes que ahora serían materia de anticuarios, y nos dejábamos caer por la calle 6 (entonces sin asfaltar, claro) hasta que acabábamos contra algún pino. Afortunadamente, había pocos coches. Los niños de ahora tendrían muy dificil disfrutar de esa manera.

Se nos apuntaba algún niño cargante de los chalets "de ricos". Recuerdo a uno que venía a jugar a "mi" chalet acompañado por su "chacha" (ahora se diría "cuidadora"). Traía siempe un montón de flamantes soldaditos con los que él y su "chacha" nos hacían sufrir las afrentas del capitalismo, y yo ya empecé a sentir la lucha de clases personalizada en niños capullos. Curiosamente, algunos de aquellos soldaditos "se perdieron" por entre los conductos que el chalet tenía para que el agua de la balsa regara el jardin anterior. Ello hizo que el niño bien y la chacha se indignaran y no volvieran a jugar con nosotros, lo cual sentimos mucho menos que el hecho de que no pudieramos volver a recuperar  los soldaditos de los conductos. Pensé, cuando ya volví con Moncho, en buscarlos. Pero me hubiera impactado mucho haberlos encontrado tantos años despues, realmente,.

Otro día quise ser héroe. Frente al chalet había un solar totalmente cubierto de maleza, y con una alambrada muy alta. Desde fuera, oí los lamentos de un gatito que estaba allí perdido, así que, pinchazo de alambre espinoso oxidado tras pinchazo escalé la alambrada, me pinché todo lo que pude con la maleza y cogí amorosamente  al gatito convencido de que me estaba ganando el cielo. Pero cuando, de salida, volvía a estar a caballo de la alambrada, en ese momento álgido, el gato comenzó a arañarme salvajemente el brazo y, cuando ya stábamos los dos bastante cubiertos de sangre, me saltó a la cara y salvé el ojo de milagro.  Hecho esto, saltó a la calle y se fue tan campante sin agradecerme nada de nada, ni siquiera enviarme un coro de guaspas chicas que recogierna mis despojos. Así que acabé mi heroicidad con una bronca de mi madre  mientras curaba mis heridas (entonces las madres te abroncaban cuando volvías a casa hecho un cristo, porque entendían que habías hecho una trastada) y una profunda "simpatía" hacia los gatos que me hace aborrecer harta los Powerpoints y los videos cursis esos que nos invaden.

En la calle 12 había una piscina, con terraza de cine de verano, además. Y nos parecía una maravilla. Mi hermana, mayor, disfrutaba allí de las peñas de chicos y chicas. Recuerdo el fondo musical con El Duo Dinámico, Bruno Lomas, etc. Y su trampolín, con palanca de tres alturas, donde mi padre , gran aficionado a la natación, nos enseñó a tirarnos y nos hacía atravesar piscinas incansablemente. Estas cosas nunca se agradecen bastante, cuando de mayor te das cuenta de lo importante que es saber nadar y perder el miedo al agua.

Fue nuestro único verano en La Cañada hasta que volvimos a vivir allí en 1981. Despues, en 1961, descubrimos El Faro deCullera, al que se accedía por una carretera sin asfaltar y donde había cuatro casas en aquella época. Pero eso os lo contaré otro día.

Buenas noches.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

El tigre cojo

Erase una vez un tigre, un tigre adulto, grande, fuerte. Dominaba en su manada. Tenía varias hembras que le rodeaban, le acariciaban, jugaban con él y se prestaban sumisas a sus deseos. Los machos jóvenes le respetaban, se acercaban a él cabizbajos, y uno solo de sus gruñidos bastaba para poner orden. Cazaba sin problemas, y cuando traía sus presas toda la manada se acercaba con respeto, sumisa, a compartir el botín que él traía.

Pero un día, persiguiendo a una presa, el tigre se clavó algo. Una rama, una espina, no se sabe. Aquella herida se infectó y el tigre perdió la funcionalidad de una de sus patas traseras. Ya no podía correr, ya no podía cazar. Ya no podía enfrentarse a los machos jóvenes, que poco a poco fueron dándose cuenta de su debilidad y fueron perdiéndole el respeto. Aquellas hembras que tanto le cuidaban comenzaron a atender a aquellos otros más jóvenes, más fuertes, más capaces de cazar y de defender la manada. Ahora era el último en el reparto de la comida que traían los otros, cuando le llegaba.

El tigre lo comprendía. Recordaba el tiempo en que él desplazo al antiguo macho dominante de la manada. Estaba viejo, débil, y no quiso ni enfrentarse a él. Simplemente se fue y le dejó el parque de hembras y de cachorros.

Había llegado su momento. El tigre lo sabía. Uno de aquellos cachorros que él había defendido, a los que había traído alimento, ahora estaba grande y fuerte, ahora era el dominante. Ahora ocupaba la sombra de aquel árbol que durante años había sido privativa de él. Ahora las hembras se tumbaban a su alrededor, buscando los genes del triunfador.

Al menos, pensó nuestro tigre, no le atacan. Le miraron todos indiferentes, como a quien ha perdido su turno. Y comprendió. Ya no podía esperar favores sexuales, ya no podía esperar el respeto de los jóvenes, porque ahora los jóvenes eran los que mandaban, los que cazaban, los que cubrían a las hembras. No había sitio para un tigre cojo, que a duras penas podía desplazarse. Ni correr, ni saltar, ni pelear, ni mandar…

Y el tigre se fue. Se fue sólo, sin volver la vista atrás. Nadie le despidió, pues todos estaban muy interesados en disfrutar de su nueva distribución de poder. Nadie compartió con él su presa, pues ya no era útil. Su destino era vagar por aquellos lugares en los que no había un macho fuerte con quien enfrentarse. Como no podía cazar, tenía que comer carroña, la que le dejaban los animales más capaces. Nuestro tigre fue perdiendo fuerzas. Su alimentación perdía calidad y la infección de su herida iba predominando.

Se tumbó bajo un árbol. Sabía que no iba ya a salir de allí. Había competido con éxito contra adultos más fuertes, y había ganado gracias a su velocidad y astucia. Había disfrutado de las mejores hembras, y engendrado muchos cachorros que ahora eran más grandes, más fuertes y más rápidos que él. Ellos tenía que labrarse una vida, él había ya hecho su parte.

Movió el rabo. Las moscas le rodeaban, como siempre en aquel clima bochornoso. Algo se movió entre los matorrales cercanos, y un inmenso y joven tigre macho apareció, prudente, olisqueando. Sería el amo de aquel territorio. Pero él no venía a disputar nada a nadie, venía a descansar, a dejarse ir tranquilamente.

El recién llegado se acercó, poco a poco. Vio ante él a un macho cansado, vencido, herido, queriéndose dejar ir. Y sin duda comprendió que aquel no era su enemigo, sino que era su futuro. Se acercó más y le dio unos tremendos lametones en la cara, como de agradecimiento, como de acompañamiento. Y se tumbó junto a él, en aquel atardecer, dispuesto a defender a aquel tigre viejo de los carroñeros que pudieran molestar su partida.

Pasaron muchas horas. Llegó el amanecer, y nuestro tigre cojo había muerto tranquilamente, bajo un árbol, al frescor de la noche. El tigre joven le olisqueó y le lamió, como último reconocimiento, como despedida. Sabía que un día él sería expulsado de su manada, sería rechazado por las hembras que antaño le perseguían y sería sustituido por alguno de aquellos cachorros a los que había enseñado a andar, a cazar, a pelear. Quería tener el derecho a retirarse sin molestar, a pasar sus últimas horas libre, bajo un árbol tranquilo, ante un paisaje infinito.

lunes, 8 de septiembre de 2014

FALLO GENERAL

Me despierta el calor. El aire acondicionado no funciona. La lámpara de la mesita de noche tampoco. No hay corriente eléctrica.

Me levanto. Abro la ventana. El bochorno de la noche de finales de verano sobre Valencia penetra rápidamente en la habitación aún fresca. La calle está oscura. Todo está oscuro. No se ven más luces que las de los coches, pocos, que pasan a esta hora. Ya casi está amaneciendo. La parte que veo de la ciudad está sin luz. Ni calles, ni fincas. Nada.

Pienso que no puedo hacer nada, y que será un fallo pasajero, así que intento dormir. Miro el despertador. Al menos, las pilas funcionan. Me quedan dos horitas todavía. Hay que aprovechar.

Las 6:45. Ahora siento que sí funcionen las pilas. Sigue sin haber corriente eléctrica. Levanto las persianas, y la débil luz del cercano amanecer me permite andar por casa sin tropezar. Voy a ducharme.

¡Mierda! No hay luz, pero tampoco agua. Un fino hilillo cae de la ducha. El calentador está apagado, claro. Pero no importaría si hubiera agua, es verano. La bomba que impulsa el agua desde la portería no funciona, claro. Pegas de estar en un piso alto. Esto se pone feo. Uso la cisterna del WC casi con pesar, pues no sé cuándo se va a volver a llenar. ¿Afeitarse? Malamente, sin luz ni agua. Así que me lavo la cara con colonia y caigo en que ¡Mierda otra vez! No irán los ascensores y me va a tocar bajar los doce pisos por la escalera, con lo mal que tengo las rodillas.

La nevera, pienso en la nevera. Se nos van a descongelar los alimentos. La abro y veo que está todo aparentemente bien. Confío en que la restauración de la corriente será pronto, así que cierro y cuando vuelva de trabajar me preocuparé. Pongo el transistor, pero coge poco. Muevo el dial cuidadosamente hasta que sintonizo una emisora: Radio Nacional, emisión de urgencia, emitiendo con la corriente producida por generadores, según dicen.  Poca potencia, se oye muy mal. El apagón no es sólo en Valencia: Es en todo el mundo. ¡Coño! Mi sorpresa es tremenda. ¿Cómo puede haber un apagón mundial?

Según la radio, no se puede culpar a los terroristas, ni a un accidente, ni a nada: El apagón es mundial. La corriente eléctrica ha dejado de fluir, y solamente se dispone de la que generan los generadores de combustión, pero con muy mal rendimiento, y de la que queda en las baterías. (Será culpa de Zapatero, pienso yo que dirán los del PP). Las centrales hidroeléctricas, nucleares, etc. siguen produciendo, pero la corriente desaparece, no se transmite por la red.

El Gobierno pide a los ciudadanos calma, no malgastar las baterías de los teléfonos y reservarlas para emergencias (Incluso los teléfonos fijos van ya en su mayoría con electricidad, así que esos no cuentan), y mantenerse a la escucha a través de los transistores. Afortunadamente, anoche cargué el móvil, así que llamo al trabajo. Me dicen que ni vaya: No hay corriente, no hay ordenadores, ni luz, ni aire acondicionado. No se puede hacer nada.

Miro por el balcón: A las puertas del supermercado de la calle se está haciendo ya cola. La gente está nerviosa. Miro nuestras reservas. Necesitaremos agua, pilas, latas. Todo aquello que no se vaya a estropear sin nevera. Cojo el carro de la compra y me bajo. Mi mujer dice que soy un exagerado y que sucumbo a la histeria general. Probablemente. Pero un exagerado con provisiones es mucho más divertido que un prudente con sed.

Llego a la cola. Admirable. No son las nueve de la mañana y ya hay un montón de gente, de forma que los del súper han puesto al vigilante en la puerta. Pasa un coche de la policía con altavoces: “No se alteren, esto pasará pronto, todas las potencias están analizando las causas. Mantengan la calma”. Mala cosa para que la gente se calme, decirles que los gobiernos van a solucionar el tema...

Entramos a mogollón al supermercado, iluminado por las luces de emergencia. Todos a por lo mismo. Pienso en los que tienen niños, y llamo a mi hija. Dice que no necesitan nada. Claro, en los chalets hay flujo de agua más fácilmente. Yo puedo aún coger unas botellas, latas, pilas… y chorizo y vino, qué caray. Hay que pagar en efectivo, no funciona la red, no se puede pagar con tarjeta. Subo a casa. El WhatsApp hierve. La gente está alucinada.

….

Pasan los días y esto no se arregla, al contrario. Los hospitales están consumiendo sus reservas de combustible para los generadores de emergencia, los enfermos sufren mucho por el calor y los riesgos sanitarios crecen. No hay agua en los grifos, pero tampoco hay gasolina ni gasoil en los proveedores: Las bombas que los impulsan por los oleoductos son eléctricas, y es imposible poner generadores para todas. En las calles ya hay serios tumultos, y la policía va dejando de utilizar sus vehículos. El gobierno ha decretado el estado de emergencia, y el Ejército  está colaborando a mantener un poco el sistema. Nadie sabe cuánto va a durar esto…

Estamos sordos y ciegos. No hay electricidad, no hay ordenadores, ni Internet, ni televisión, ni radio, a no ser las de pilas, que también se van acabando. Los móviles no se pueden recargar, y el que aún conserva batería lo guarda para las comunicaciones estrictamente necesarias. Además, va desapareciendo la cobertura, pues los generadores de las estaciones de repetición van agotando sus reservas, y las van silenciando.

Tampoco se puede cocinar, mira tú. Hemos sido tan modernos que hemos desterrado el gas: Mucha placa, mucho microondas, mucha plancha… ahora nada. Tampoco los que tienen gas ciudad, pues ya no fluye. Solamente los que conservan su bombona de butano en casa, pero en mi barrio ya son muy pocos. Pensamos que no pasa nada, pues esto no puede durar.

Se oyen disparos por la calle. La gente asalta los supermercados, que están cerrados porque las cámaras frigoríficas no funcionan. Las pérdidas son enormes, y el olor insoportable en algunos casos. Hay muy poca agua, y la usamos para beber. La higiene queda un muy segundo plano. Va a haber que irse de la ciudad, si esto sigue así.

Bajo a la calle. La gente, condenada a permanecer en sus casas, comenta en los rellanos con los vecinos y se revende cosas. Se ha generado un mercado negro. Pero es que hay muy poco efectivo ya, puesto que las tarjetas de crédito no sirven y los cajeros no funcionan.

Llego a la calle. Mal rollo. Se ven escaparates rotos y… ¡Mierda! Algunos coches tienen los tapones del depósito reventados. ¡Están robando el combustible de los coches! Llego al mío y veo que lo han intentado, pero afortunadamente parece que han desistido. Compruebo que sí, que me queda. Hay que irse, esto aguantará poco.

Subo a casa, Le planteo el tema a mi mujer. Habrá que juntarse con la familia, compartir lo que tenemos y que ahora vale: Unos pocos euros, unas botellas de agua, unas pilas y… ¡Un móvil con algo de batería! Los metemos en unas bolsas y empezamos a bajar. Algunas puertas se abren y los vecinos dirigen miradas ávidas a nuestras bolsas. Hace unos días, esto era una finca guay con gente guay y de clase media alta. Ahora, todos nivelados casi a cero por la falta de servicios mínimos. Si esto sigue así, depredadores al acecho de la presa, aunque sea el vecino de arriba. Aleccionador.

Llegamos a la calle. Una pareja de policías, muy armados, nos para: ¿Dónde van ustedes? Le cuento que tenemos que ir con nuestras nietas, mientras tengamos combustible. “Tenga mucho cuidado, las carreteras están llenas de bandas que se dedican al pillaje.” Ahora tengo más claro que hay que irse cuanto antes. Nos metemos en el coche y arrancamos. Las calles están casi desiertas, no hay casi coches en movimiento. Los cruces son muy peligrosos, no hay semáforos. Muchos establecimientos tienen las puertas reventadas y han sido saqueados. Se ven grupos muy amenazadores y patrullas de soldados o policías. Parece una película de ciencia-ficción.

Llegamos, no sin haber pasado bastante miedo. Metemos como podemos todos los coches dentro de la valla del chalet. Hacemos recuento de víveres. Organizándonos, tenemos comida para las niñas, y unas cuantas pilas que nos permiten  seguir las noticias por la radio de emergencia. El último WhatsApp de mi hijo dice que también han conseguido salir de Madrid, que está aún peor que Valencia, y han conseguido llegar al pueblo de ella. Afortunadamente, parece que se mantiene activo algún repetidor de mensajes. Pero intermitentemente. 

…..

Va a cumplirse el mes desde que desapareció la electricidad. Parece ser que afecta a todo el mundo, y lo achacan al influjo de las radiaciones solares. Vamos, como si los electrones estuvieran en huelga y no quisieran moverse por los cables. 

Casi chistoso, sí, pero nada funciona. Los hospitales van cesando en su actividad, la  mortalidad está creciendo, faltan seriamente los alimentos y en las ciudades grandes ya hay tumultos serios. La mayor parte de farmacias están saqueadas. La policía y el ejército disparan. Cuando se provocan incendios, no se pueden apagar porque los camiones no tienen combustible, no hay bombas, no hay presión de agua. Los edificios tienen que arder como velas, hasta extinguirse. Y se propaga de unos a otros. La gente sin hogar vaga por las calles, se amontona en las plazas. La Alameda y el río están cubiertos de gente acampada, asustada. No hay higiene. Los poderes públicos han desaparecido prácticamente. Unos dicen que el caos les ha vencido, otros dicen que, simplemente, han huido con el botín. Hay partidos y ONGs que intentan componer alguna solución. Se vuelve a las asambleas en las calles, a la política cercana, a la auto organización. La sociedad tal y cómo estaba montada está desapareciendo, y como era de esperar los que han vivido a costa de ella la abandonan en cuanto deja de ser útil y/o hay peligro.

Los días pasan muy lentamente, no hay nada que podamos hacer, solamente esperar la hora de las noticias, en la que nos reunimos tensos alrededor del transistor. Parece que los movimientos radicales se han dado cuenta de que el primer mundo está vencido. No hay petróleo, no hay electricidad, no hay electrónica, no hay armas sofisticadas. Las policías y los ejércitos no tienen medio de comunicarse, no se pueden desplazar con rapidez, no se pueden coordinar, no les van los sistemas de armamento.

Y vienen, vienen a por nosotros. Ellos saben vivir entre privaciones, muchas veces porque nosotros, el mundo “civilizado”, hemos convertido sus países, sus ciudades y sus hogares en ruinas, y hemos matado a padres e hijos con nuestros “drones”, nuestras “bombas inteligentes” y demás figuras retóricas para ocultar la opresión el fuerte sobre el débil.

Pero ahora ya no somos fuertes. No tenemos informática, ni Internet, ni comunicaciones. No valen de nada las redes de emergencia, ni las militares, ni los robots, ni los radares, ni nada. Los electrones no circulan. No tenemos agua, ni combustibles, ni siquiera dinero para pagar por nuestra seguridad. Es un enfrentamiento hombre a hombre, persona a persona. Y ellos saben vivir entre ruinas, saben sobrevivir con poca comida, saben pelear sin armas avanzadas, ven mejor en la oscuridad, aguantan más físicamente. Nosotros les hemos enseñado, les hemos obligado a aprender. Queríamos sus recursos naturales y su mano de obra, pero no les dejábamos entrar en nuestro paraíso. No eran nuestros enemigos, y les hicimos serlo. Ahora ya no nos tienen miedo.

lunes, 14 de marzo de 2011

Explicar Valencia

Me visitan unos amigos europeos. De verdad, de los de Centro Europa. Nos juntamos de tarde en tarde, desde aquellos años 70 en los que coincidimos dando clase en un colegio suizo. Colegio de verano para niños bien, en el que pagaban un pasta para aprender francés. Venían de todo el mundo, algunos en avión privado o con sus coches de lujo. La mayoría con sus chóferes y con su servicio, pocos con sus papás. Para un universitario de la España de Franco aquello era otro mundo. Pero entonces no había Erasmus, y había que buscarse trabajo para salir de aquí, y conocer cosas. Mi primera visita a Suiza me la pagué vendiendo apuntes fotocopiados. De cálculo, de esos con muchas integrales y muchas derivadas enésimas. Una preciosidad, oigan. Trece mil pesetas. Un fortunón (Unos 78,13 € de los de ahora). Eso me permitió ir, conocer, buscar y encontrar un trabajo que me permitía ir en verano, ganar unos francos, hacer unos amigos, practicar un idioma y abrirme a otros mundos. De categoría.

Era una institución curiosa: durante el curso normal, era un colegio de educación especial para niños difíciles. En verano, se financiaba como he dicho, dando cursos muy caros para niños muy ricos. La mayoría de origen germánico, pero venían desde Sudáfrica, Hong Kong, Israel… Interesante mezcla. Además, eran “niños” entre catorce y dieciocho años, por lo que muchos eran ya mucho más grandes que los profesores. Y alguno con más experiencias – de todo tipo – a su edad y por sus posibilidades que quienes allí se suponía que teníamos que controlarlos.

Yo entonces sabía francés (Eso creía) y me ocupaba de cosas tan variadas como las clases de repaso de Álgebra, Cálculo (Imaginaros explicar esto en francés a gente que viene a aprenderlo), defensa personal y excursiones (Esto era un vehículo ideal para conocer Suiza, poder montar viajecitos que además te pagaban)

El colegio era de una orden extraña, de esas que eran muy conservadores en Suiza y muy humanistas en Sudamérica. El director era un sacerdote genial, al que todos apreciábamos mucho y cuyo contacto cuidamos hasta que murió, condenado por su Orden a morir retirado en un sótano húmedo de un húmedo pueblo donde sus fiebres reumáticas le hacían redimir que se había opuesto a vender su querido colegio para que hicieran un hotel. Caridad cristiana.

Además de la plantilla fija (algunos en vacaciones), para el verano íbamos profesores añadidos: Heinz, un genial austriaco, muy católico, estudiante de económicas y sociales , que obtuvo una beca del Kremlim para doctorarse en socialismo (Entonces estaba la Urss en pleno auge). Peter, de Lucerna, hijo elegante de un arquitecto elegante, y a su vez estudiante de arquitectura. Andreas, de la Suiza romanche, hijo y sucesor de un constructor. Y así hasta siete (incluyéndome a mi) universitarios que nos lo pasábamos estupendamente y bebíamos cerveza suiza como auténticos tiroleses.

Además, teníamos los otros siete: Sacerdotes obreros, todos con título universitario, huidos del Chile de Pinochet. Curas comprometidos, realmente. Impresionante lo que contaban, e impresionante el testimonio de los refugiados que se recibían en Ginebra rescatados del más auténtico terror. Quienes quieren ignorar estas “memorias históricas” tendrían que haber visto bajar del avión a alguno de ellos. Gente genial, cuyas historias y ejemplos son inolvidables. Todos están otra vez en Sudamérica. La última noticia de alguno de ellos, en Chiapas. Otros curas, otros.

Todos tenían el vicio del fútbol (Yo no, y no entendía la necesidad de jugar justo después de comer, porque a esa hora en Suiza hace calor en verano, palabra). Todos eran muy buenos. Los sacerdotes chilenos parecía que habían dedicado más tiempo al balón que a la Teología. Tuve que demostrarles mis pésimas condiciones como futbolista, para que me echaran del equipo y así no tener más remedio que dejarme cuidar por las cocineras (Guapas chicas italianas, no es broma, cautivadas porque un profesor les ayudara a quitar la mesa, cosa no vista hasta la llegada de los españoles) y sufrir las siestas desde la sombra mirándoles afanarse al sol tras un balón. Sufrimiento total.

Heinz, Peter y Andreas han venido a verme. La última vez que nos juntamos fue hace quince años, en Viena. Siguen igual: Peter, tan serio y tan puesto. Heinz y Andreas, con ese humor tirolés que hay que compartir para no acabar desesperado. Son gente muy formada y muy informada. Hablamos casi más en inglés (o lo que sea) que en francés (o lo que fuera), porque nos hemos olvidado de todo. Andreas ha venido varias veces a España, pero sigue sin entender nada.

Es muy difícil explicar a unos centroeuropeos lo que pasa aquí. Nada más bajar del avión, Heinz y Andreas me saludan diciendo: “Heil, Mein Camps”, moviendo monetariamente los dedos de la mano derecha. Según me dice Heinz, se lo han enseñado unos erasmus valencianos alumnos suyos en Viena. Somos internacionalmente conocidos, oiga. En toda Europa. Será por lo bien gestionada que está nuestra comunidad. Se ríen mucho, y me toman el pelo todo lo que quieren. No entienden que aquí se vote a quien se vota, y nos comparan con la Italia de Berlusconi. Pero disfrutan como locos con las Fallas, y miran a las valencianas como auténticos quinceañeros. Se mueren de risa con el tamaño de nuestras cervezas, y recordamos con mucha añoranza nuestras veladas con las modestas jarras de dos litros de cerveza suiza. Caían varias para cada uno. Eran otros tiempos, éramos mucho más jóvenes y era otra cerveza. Ahora intentamos recuperar las cervezas perdidas.

Es muy difícil explicar a gente que viene de países civilizados por qué en una ciudad como Valencia no hay ni un mísero retrete público. Para el visitante, y mas en Fallas, y más por el centro de la ciudad, es un padecimiento añadido, innecesario, incomprensible. Hay que entrar en los bares, en muchos de los cuales no te dejan, y hacer largas colas para llegar a lugares infectos, ensuciados por las multitudes precedentes. En toda Europa (Menos en la nuestra) hay servicios públicos en los que, aunque sea pagando un euro, poder desahogarte dignamente. Aquí no. Hacen ordenanzar que te multan por ensuciar (razonable) pero no te ponen solución (irrazonable). ¡That's Ritiland, My dear!

Les cuento que para mear en Valencia hay que ser muy católico, que cuando vino el Papa teníamos por las calles literalmente miles de WCs, muchos de los cuales se devolvieron sin desprecintar. Se fue el Papa, ya no se mea. Nadie sabe quien pagó aquello, quien pidió tantos, ni siquiera si el contratarlos fue iniciativa local (Pensarían que solamente tenían sus necesidades los visitantes por cuestiones religiosas, y no los turistas que vienen a la Fallas, por ejemplo) o parte del caché papal por venir a apoyar a un partido conservador en época electoral: “Foto con el Papa, tanto. Abrazo, tanto más. Bendición y ceremonia: Tantísimo”. Un modelo de gestión de interés público, claro. Se admiran los europeos. Los de aquí, algunos, no paramos de admirarnos. Otros, piensan que también eso es culpa de Zapatero. Valencia es difícil de explicar, realmente.