Los derechos fundamentales de todo ser humano (La sanidad, la educación, la justicia, el derecho a una vivienda digna, a sacar adelante a una familia, a aspirar a una justicia real, accesible y gratuita...), nunca deberían ser objeto de negocio, especulación o privatización. Si un gobierno gestiona mal, cámbiese el gobierno. Pero que no se utilice la rentabilidad como argumento para el saqueo de los bienes públicos. Los derechos no tienen precio, ni son negociables.


lunes, 8 de septiembre de 2014

FALLO GENERAL

Me despierta el calor. El aire acondicionado no funciona. La lámpara de la mesita de noche tampoco. No hay corriente eléctrica.

Me levanto. Abro la ventana. El bochorno de la noche de finales de verano sobre Valencia penetra rápidamente en la habitación aún fresca. La calle está oscura. Todo está oscuro. No se ven más luces que las de los coches, pocos, que pasan a esta hora. Ya casi está amaneciendo. La parte que veo de la ciudad está sin luz. Ni calles, ni fincas. Nada.

Pienso que no puedo hacer nada, y que será un fallo pasajero, así que intento dormir. Miro el despertador. Al menos, las pilas funcionan. Me quedan dos horitas todavía. Hay que aprovechar.

Las 6:45. Ahora siento que sí funcionen las pilas. Sigue sin haber corriente eléctrica. Levanto las persianas, y la débil luz del cercano amanecer me permite andar por casa sin tropezar. Voy a ducharme.

¡Mierda! No hay luz, pero tampoco agua. Un fino hilillo cae de la ducha. El calentador está apagado, claro. Pero no importaría si hubiera agua, es verano. La bomba que impulsa el agua desde la portería no funciona, claro. Pegas de estar en un piso alto. Esto se pone feo. Uso la cisterna del WC casi con pesar, pues no sé cuándo se va a volver a llenar. ¿Afeitarse? Malamente, sin luz ni agua. Así que me lavo la cara con colonia y caigo en que ¡Mierda otra vez! No irán los ascensores y me va a tocar bajar los doce pisos por la escalera, con lo mal que tengo las rodillas.

La nevera, pienso en la nevera. Se nos van a descongelar los alimentos. La abro y veo que está todo aparentemente bien. Confío en que la restauración de la corriente será pronto, así que cierro y cuando vuelva de trabajar me preocuparé. Pongo el transistor, pero coge poco. Muevo el dial cuidadosamente hasta que sintonizo una emisora: Radio Nacional, emisión de urgencia, emitiendo con la corriente producida por generadores, según dicen.  Poca potencia, se oye muy mal. El apagón no es sólo en Valencia: Es en todo el mundo. ¡Coño! Mi sorpresa es tremenda. ¿Cómo puede haber un apagón mundial?

Según la radio, no se puede culpar a los terroristas, ni a un accidente, ni a nada: El apagón es mundial. La corriente eléctrica ha dejado de fluir, y solamente se dispone de la que generan los generadores de combustión, pero con muy mal rendimiento, y de la que queda en las baterías. (Será culpa de Zapatero, pienso yo que dirán los del PP). Las centrales hidroeléctricas, nucleares, etc. siguen produciendo, pero la corriente desaparece, no se transmite por la red.

El Gobierno pide a los ciudadanos calma, no malgastar las baterías de los teléfonos y reservarlas para emergencias (Incluso los teléfonos fijos van ya en su mayoría con electricidad, así que esos no cuentan), y mantenerse a la escucha a través de los transistores. Afortunadamente, anoche cargué el móvil, así que llamo al trabajo. Me dicen que ni vaya: No hay corriente, no hay ordenadores, ni luz, ni aire acondicionado. No se puede hacer nada.

Miro por el balcón: A las puertas del supermercado de la calle se está haciendo ya cola. La gente está nerviosa. Miro nuestras reservas. Necesitaremos agua, pilas, latas. Todo aquello que no se vaya a estropear sin nevera. Cojo el carro de la compra y me bajo. Mi mujer dice que soy un exagerado y que sucumbo a la histeria general. Probablemente. Pero un exagerado con provisiones es mucho más divertido que un prudente con sed.

Llego a la cola. Admirable. No son las nueve de la mañana y ya hay un montón de gente, de forma que los del súper han puesto al vigilante en la puerta. Pasa un coche de la policía con altavoces: “No se alteren, esto pasará pronto, todas las potencias están analizando las causas. Mantengan la calma”. Mala cosa para que la gente se calme, decirles que los gobiernos van a solucionar el tema...

Entramos a mogollón al supermercado, iluminado por las luces de emergencia. Todos a por lo mismo. Pienso en los que tienen niños, y llamo a mi hija. Dice que no necesitan nada. Claro, en los chalets hay flujo de agua más fácilmente. Yo puedo aún coger unas botellas, latas, pilas… y chorizo y vino, qué caray. Hay que pagar en efectivo, no funciona la red, no se puede pagar con tarjeta. Subo a casa. El WhatsApp hierve. La gente está alucinada.

….

Pasan los días y esto no se arregla, al contrario. Los hospitales están consumiendo sus reservas de combustible para los generadores de emergencia, los enfermos sufren mucho por el calor y los riesgos sanitarios crecen. No hay agua en los grifos, pero tampoco hay gasolina ni gasoil en los proveedores: Las bombas que los impulsan por los oleoductos son eléctricas, y es imposible poner generadores para todas. En las calles ya hay serios tumultos, y la policía va dejando de utilizar sus vehículos. El gobierno ha decretado el estado de emergencia, y el Ejército  está colaborando a mantener un poco el sistema. Nadie sabe cuánto va a durar esto…

Estamos sordos y ciegos. No hay electricidad, no hay ordenadores, ni Internet, ni televisión, ni radio, a no ser las de pilas, que también se van acabando. Los móviles no se pueden recargar, y el que aún conserva batería lo guarda para las comunicaciones estrictamente necesarias. Además, va desapareciendo la cobertura, pues los generadores de las estaciones de repetición van agotando sus reservas, y las van silenciando.

Tampoco se puede cocinar, mira tú. Hemos sido tan modernos que hemos desterrado el gas: Mucha placa, mucho microondas, mucha plancha… ahora nada. Tampoco los que tienen gas ciudad, pues ya no fluye. Solamente los que conservan su bombona de butano en casa, pero en mi barrio ya son muy pocos. Pensamos que no pasa nada, pues esto no puede durar.

Se oyen disparos por la calle. La gente asalta los supermercados, que están cerrados porque las cámaras frigoríficas no funcionan. Las pérdidas son enormes, y el olor insoportable en algunos casos. Hay muy poca agua, y la usamos para beber. La higiene queda un muy segundo plano. Va a haber que irse de la ciudad, si esto sigue así.

Bajo a la calle. La gente, condenada a permanecer en sus casas, comenta en los rellanos con los vecinos y se revende cosas. Se ha generado un mercado negro. Pero es que hay muy poco efectivo ya, puesto que las tarjetas de crédito no sirven y los cajeros no funcionan.

Llego a la calle. Mal rollo. Se ven escaparates rotos y… ¡Mierda! Algunos coches tienen los tapones del depósito reventados. ¡Están robando el combustible de los coches! Llego al mío y veo que lo han intentado, pero afortunadamente parece que han desistido. Compruebo que sí, que me queda. Hay que irse, esto aguantará poco.

Subo a casa, Le planteo el tema a mi mujer. Habrá que juntarse con la familia, compartir lo que tenemos y que ahora vale: Unos pocos euros, unas botellas de agua, unas pilas y… ¡Un móvil con algo de batería! Los metemos en unas bolsas y empezamos a bajar. Algunas puertas se abren y los vecinos dirigen miradas ávidas a nuestras bolsas. Hace unos días, esto era una finca guay con gente guay y de clase media alta. Ahora, todos nivelados casi a cero por la falta de servicios mínimos. Si esto sigue así, depredadores al acecho de la presa, aunque sea el vecino de arriba. Aleccionador.

Llegamos a la calle. Una pareja de policías, muy armados, nos para: ¿Dónde van ustedes? Le cuento que tenemos que ir con nuestras nietas, mientras tengamos combustible. “Tenga mucho cuidado, las carreteras están llenas de bandas que se dedican al pillaje.” Ahora tengo más claro que hay que irse cuanto antes. Nos metemos en el coche y arrancamos. Las calles están casi desiertas, no hay casi coches en movimiento. Los cruces son muy peligrosos, no hay semáforos. Muchos establecimientos tienen las puertas reventadas y han sido saqueados. Se ven grupos muy amenazadores y patrullas de soldados o policías. Parece una película de ciencia-ficción.

Llegamos, no sin haber pasado bastante miedo. Metemos como podemos todos los coches dentro de la valla del chalet. Hacemos recuento de víveres. Organizándonos, tenemos comida para las niñas, y unas cuantas pilas que nos permiten  seguir las noticias por la radio de emergencia. El último WhatsApp de mi hijo dice que también han conseguido salir de Madrid, que está aún peor que Valencia, y han conseguido llegar al pueblo de ella. Afortunadamente, parece que se mantiene activo algún repetidor de mensajes. Pero intermitentemente. 

…..

Va a cumplirse el mes desde que desapareció la electricidad. Parece ser que afecta a todo el mundo, y lo achacan al influjo de las radiaciones solares. Vamos, como si los electrones estuvieran en huelga y no quisieran moverse por los cables. 

Casi chistoso, sí, pero nada funciona. Los hospitales van cesando en su actividad, la  mortalidad está creciendo, faltan seriamente los alimentos y en las ciudades grandes ya hay tumultos serios. La mayor parte de farmacias están saqueadas. La policía y el ejército disparan. Cuando se provocan incendios, no se pueden apagar porque los camiones no tienen combustible, no hay bombas, no hay presión de agua. Los edificios tienen que arder como velas, hasta extinguirse. Y se propaga de unos a otros. La gente sin hogar vaga por las calles, se amontona en las plazas. La Alameda y el río están cubiertos de gente acampada, asustada. No hay higiene. Los poderes públicos han desaparecido prácticamente. Unos dicen que el caos les ha vencido, otros dicen que, simplemente, han huido con el botín. Hay partidos y ONGs que intentan componer alguna solución. Se vuelve a las asambleas en las calles, a la política cercana, a la auto organización. La sociedad tal y cómo estaba montada está desapareciendo, y como era de esperar los que han vivido a costa de ella la abandonan en cuanto deja de ser útil y/o hay peligro.

Los días pasan muy lentamente, no hay nada que podamos hacer, solamente esperar la hora de las noticias, en la que nos reunimos tensos alrededor del transistor. Parece que los movimientos radicales se han dado cuenta de que el primer mundo está vencido. No hay petróleo, no hay electricidad, no hay electrónica, no hay armas sofisticadas. Las policías y los ejércitos no tienen medio de comunicarse, no se pueden desplazar con rapidez, no se pueden coordinar, no les van los sistemas de armamento.

Y vienen, vienen a por nosotros. Ellos saben vivir entre privaciones, muchas veces porque nosotros, el mundo “civilizado”, hemos convertido sus países, sus ciudades y sus hogares en ruinas, y hemos matado a padres e hijos con nuestros “drones”, nuestras “bombas inteligentes” y demás figuras retóricas para ocultar la opresión el fuerte sobre el débil.

Pero ahora ya no somos fuertes. No tenemos informática, ni Internet, ni comunicaciones. No valen de nada las redes de emergencia, ni las militares, ni los robots, ni los radares, ni nada. Los electrones no circulan. No tenemos agua, ni combustibles, ni siquiera dinero para pagar por nuestra seguridad. Es un enfrentamiento hombre a hombre, persona a persona. Y ellos saben vivir entre ruinas, saben sobrevivir con poca comida, saben pelear sin armas avanzadas, ven mejor en la oscuridad, aguantan más físicamente. Nosotros les hemos enseñado, les hemos obligado a aprender. Queríamos sus recursos naturales y su mano de obra, pero no les dejábamos entrar en nuestro paraíso. No eran nuestros enemigos, y les hicimos serlo. Ahora ya no nos tienen miedo.

1 comentario:

rvalenzuela dijo...

Madre mía Angel, es terrible!!, tú dónde has estado este verano??