El verano, y principalmente el mes de Agosto nos acumula en nuestras playas a millones de personas, de toda procedencia. La convivencia forzada en urbanizaciones y pueblos de la costa entre gentes que pueden tener muy poco en común- raíces, formación, intereses, medios.. - hace que las diferencias se evidencien, forzadas por la densidad incrementada por poner a mucha gente en poco sitio, lo cual hace que, de forma muy física, la posibilidad de colisiones aumente.
Como estas cosas vale la pena tomárselas con filosofía y humor, pasó a comentar con vosotros una serie de fenómenos que veo que se repiten en años y lugares, siempre desde la subjetividad, claro, y estando seguro de que vosotros veréis otras "verdades" que espero que comentéis. Vamos a ello:
- En toda urbanización hay un grupo de niños que da por saco. Y si acaso reclamas respeto, te miran como si estuvieras gilipolla y no te hacen ni caso. Puede ser por el desconcierto de leyes educativas y culpa de Zapatero, claro. Pero yo miraría antes a los padres y a ese contexto que hace que los niños vean a sus héroes en telefilms que reflejan otras sociedades en lugar de en personas educadas y con delicadeza. Claro, que normalmente la delicadeza de sus progenitores suele tener también el nivel de ciertos programas televisivos. Pero esa es otra reflexión.
- Hay gente que tiene predilección por hacer ruido por la noche, y se ponen de risas y charlas en voz alta debajo de tu ventana. O ponen la música y hacen fiesta hasta las tantas, sin respeto porque alrededor haya gente que pretende dormir. Esto lo arreglaría yo pegando una cacerolada todas las mañanas a las 8. Porque está claro que si no pudieran despertarse tarde, no molestarían tanto.
- Los grupos de niños y niñas han evolucionado tecnológicamente. Antes los oías desde tu apartamento sentaditos en el jardín contarse sus aventuras y secretos. Ahora oyes sus móviles que se comparten, bien con vídeos de no quieras saber qué bien con música atroz que te imponen, porque tienen que oírla fuerte para que sus amigos/as vean su dominio y interés por el tema. Y cuando quieres explicarles que tú no tienes por qué oír desde la intimidad de tu apartamento lo que ellos emiten desde el jardín, vuelven a mirarte con el desdén de sus diez años o por ahí y talmente pasan de ti. En sus planes de estudio o en sus actividades extraescolares no está el respeto a los demás, y mucho menos a los mayores. Y en esas, ves cómo los padres se callan y/o se esconden, porque lo fuerte es que hay padres que temen enfrentarse a sus hijos, ya tan pequeños. A ver qué les dicen cuando tengan dieciséis años. Luego te vienen llorando con aquello de: "No he tenido suerte con mis hijos". En mis tiempos, esta suerte se forjaba con una cosa que se llamaba autoridad. Pero ahora parece que para alcanzar la libertad haya que atravesar el desierto de la estupidez, y muchos se han quedado vagando en ella.
- Nos vamos a la playa: Basta que estés disfrutando de una cala o playa maravillosa, oyendo las olas y las gaviotas, para que te venga un cretino o una banda de ellos montados en motos acuáticas y haciendo todo el ruido posible. Está claro que el nivel de cretinez es directamente proporcional al ruido que uno necesita para demostrarla, bien sea con motos de agua, con motos de tierra o con la radio del coche. Pienso que estos seres tienen un buen caldo de cultivo en los niños de los que hemos hablado, y es que antisociales de tal calibre hay que cultivarlos con tiempo.
- Te sales a la arena y te tumbas bajo la sombrilla a leer. Consigues estar a gusto, pero justo en ese momento aparece una familia cargada de niños, cubos, palas, caimanes inflables, abuelas con sillita, mamás que chillan, papis de mala leche, hermanitas con el móvil, etc. Y se ponen justo encima de ti, no hay más playa. Los cubos de sus niños tienen que estar justo en tu esterilla, y como mamás y abuelas no dejan de hablar te enteras de su vida y de la de toda la familia. Gozos de la proximidad veraniega.
- Decides cambiarte. Coges tus bártulos y te vas un poco más adentro, lejos de la orilla, porque allí no queda sitio y del tuyo te han echado. La arena quema endemoniadamente, pero consigues arrebujarte bajo la sombrilla e intentas echar un sueñecito. Inmediatamente, aparece un papá con un niño y se ponen a jugar a las paletas alrededor de ti. Entre el clac-clac de la pelotita en las paletitas y las tonterías que el papá dice al niño a voces, dudas entre comerte la pelota o largarte a paseo.
- Así que te levantas, te quemas los pies e intentas llegar hasta la orilla entre sombrillas, esterillas, niños y otras maravillas. Orilla queda poca, está toda ocupada. Y la que queda, está llena de niños haciendo agujeros, papás poniendo su terminación magistral en el castillo de arena y mamás escondidas debajo de la sombrilla rezando para que papás y niños se entretengan todo lo posible y ella pueda descansar un ratito aunque sea, que por muy verano que sea sigue siendo madre, esposa y además hija, porque se han traído a la abuela también.
- Decides atreverte a pasear por la orilla, sorteando papás, niños y agujeros. Pero rápidamente te encuentras de frente un a "filá" de abuelas imperiales, que son esas que avanzan de cuatro en fondo al menos, como si fuera una "entrá" de moros y cristianos, con sus pamelas y sus pareos. Y van hablando todas a la vez en lo que ellas dicen que es una conversación pero es un griterío simultáneo, por lo que varios metros antes ya todo el mundo se entera de lo que les gusta comer a sus nietos, de lo perro que es el yerno y la antipática que es la nuera, y demás temas íntimos que suelen compartir en playas y ambulatorios del seguro.
Y detrás ves que va, sumiso, un marido. Porque a esa edad, ya quedan menos maridos que mujeres, y este es el de una de ellas. Que les sigue aquí como en su pueblo a misa, calladito y dejándolas que se desfoguen hablando entre ellas, que si no va con él. Con su sombrero y su camisa abrochada con un botón sobre la barriga, el hombre va sonriendo mientras mira a las chiquitas con sus biquinitos y a los jovencitos haciendo tonterías delante de aquellas. Y sonríe porque se las/los imagina con un montón de años más, paseando por la playa sin dejar de hablar y a ellos con un brillante currículum de aventuras sexuales de acariciar paredes y de viajes a la farmacia a por la papilla que falta. Y el hombre se lo pasa pipa observando cómo ya ellas están desarrollando la habilidad de contestar el wassap mientras hablan, lo que sea, el caso es hablar. Y piensa que la mujer sería perfecta si le funcionara el interruptor de callarse, pero es que ni tienen.
- Al final, recoges las cosas, la esterilla, el libro, la sombrilla y la toalla y te subes al apartamento. Has decidido cerrar las ventanas para no oír a los niños chillando en la piscina, ponerte el aire acondicionado y pasar el verano deseando que pase.
Los derechos fundamentales de todo ser humano (La sanidad, la educación, la justicia, el derecho a una vivienda digna, a sacar adelante a una familia, a aspirar a una justicia real, accesible y gratuita...), nunca deberían ser objeto de negocio, especulación o privatización. Si un gobierno gestiona mal, cámbiese el gobierno. Pero que no se utilice la rentabilidad como argumento para el saqueo de los bienes públicos. Los derechos no tienen precio, ni son negociables.
viernes, 26 de agosto de 2016
Delicias del verano
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