Los derechos fundamentales de todo ser humano (La sanidad, la educación, la justicia, el derecho a una vivienda digna, a sacar adelante a una familia, a aspirar a una justicia real, accesible y gratuita...), nunca deberían ser objeto de negocio, especulación o privatización. Si un gobierno gestiona mal, cámbiese el gobierno. Pero que no se utilice la rentabilidad como argumento para el saqueo de los bienes públicos. Los derechos no tienen precio, ni son negociables.


miércoles, 9 de marzo de 2011

Sobre las compras, de Navidad y otras

Es muy llamativo, y sujeto frecuente de tertulias, artículos y demás contrastes de opinión, el tema de las compras de Navidad (Donde se entiende, por extensión obvia, las de Reyes i las consecuentes rebajas posteriores). Pero quizá conviene verlas incluídas en una perspectiva más completa:

El modelo capitalista, dentro de su evolución al paroxismo consumista, basa su permanencia y triunfo en un férreo y conseguido control de masas. No ya por medio de las dictaduras ni de la violencia, sino a través de un total control de los medios de comunicación y de formación de masas, entre los que no se pueden excluir los grandes grupos de presión que controlan en gran escala los parámetros de la enseñanza y programas docentes.

En principio, se crea una mentalidad apropiada mediante la correspondiente siembra de un código de valores adecuado: preponderancia del dinero, importancia de los bienes materiales para la felicidad, la posesión como triunfo... Esto es obra, entre otros factores, tanto de un sistema docente carente de objetivos de promoción de la persona y dirigido a la producción de proletariado tecnológicamente formado como operario cualificado pero inmaduro afectivamente, en cuya intimidad la insatisfacción personal se codifica para ser recompensada mediante la acción de compra (Vease las ofertas, ya, de viajes cuya principal actividad es el “shopping”), como a la actuación de medios muy poderosos de comunicación (y formación y control efectivo) de masas como son el cine, la televisión e incluso los videojuegos.

Todas estas fuerzas actúan, y han actuado, y están diseñadas para seguir actuando en ello de forma creciente, codificando la psicología de las masas para la obediencia sumisa a estímulos programados.

Estas masas no son ya el proletariado paupérrimo de la revolución industrial: Son clases de una amplia banda media a las que se dota de una mínima capacidad de compra que garantice la estabilidad social, de forma que, por una parte, tengan sus miembros perspectiva de satisfacer esas pulsiones que se les han codificado, y por otra, consideren posible progresar en sus posibilidades de autosatisfacción mediante la compra. Es decir: Controlamos tanto la sumisión a los poderes imperantes como la productividad de tal masa, predispuesta a generar la plusvalía mediante la que engrosa cada vez más el capital, que es quien controla este ciclo infernal.

¿Y cuales son estos estímulos codificados?: Facilmente reconocibles y trasmitidos mediante tales medios de comunicación, cómplices herramientas necesarias y poderosas: Campañas de Navidad, campañas de Reyes, rebajas, San Valentín, Día del Padre, Día de la Madre.... Un sin fín de pulsiones en las que se emite a las mentes preprogramadas la orden: “Ahora te toca comprar”. Se da así, por ejemplo, la paradoja de que en Navidad se compra sabiendo que días después el mismo producto estarà más barato. Se obedece, simplemente.

Obviamente, como la diferencia de valor entre lo que la gente compra y lo que se le paga por su trabajo es muy grande, es preciso dejar periodos intermedios de relax, para que el sumiso consumidor vuelva a su trabajo, genere plusvalía (enriquezca al capital) para poder, en su momento, volver a comprar para enriquecer aún más al capital. Se convierte así a la sociedad en una esponja entrenada que va buscando dinero, con lo que nos produce beneficios porque explotamos su trabajo, para luego comprarnos cosas, con lo que nos produce beneficio porque le aplicamos un margen conveniente.

Todo esto se puede optimizar aún más mediante mecanismos como las modas, las caducidades tecnológicas y otros muchos medios de creación artificial de necesidades. No vaya a ser que haya algún vacío de presión el personal pueda pararse y pensar.

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