Ayer tuvimos el privilegio de volver a encontrarnos una gran parte de los que a lo largo de la historia del Tatami Universitario pudimos disfrutar de las clases de los hermanos Barra y de otros tantos maestros que de allí salieron. Fue especialmente emocionante, para mí, reencontrarme con los compañeros de unos años preciosos de mi vida.
Llegué al Tatami en 1969, cuando empezaba mi primer curso de Ingeniería Industrial, en aquellas neveras de la antigua escuela de Ingenieros Agrónomos en las que nos moríamos de frío y teníamos que abrir los paraguas en clase cuando llovía. Después - paso bendito - me pasé a Físicas, y así tenía en el mismo edificio de la antigua Facultad de Ciencias de Blasco Ibañez (hoy rectorado) todas mis pasiones: la Física, el Club Universitario de Montaña, que fundamos y se reunía a la hora del almuerzo bajo una de las columnas del vestíbulo, donde teníamos el tablón de anuncios, y el Tatami, que llegábamos a abrir a las 7 de la mañana para poder entrenar antes de empezar las clases. Lamentablemente, en 1977 el Ejército no esperaba más y tuve que cambiar mi vida de karateka por la de conductor de reos y ambulancias. pero esa es otra historia.
Pocos éramos los que entonces practicábamos Karate. Poca gente sabía qué era aquello, y fuimos cariñosamente acogidos entre los ya veteranos judokas del Tatami, especialmente por el gran Pepe Tent, que nos ha demostrado siempre ser más grande aún por dentro que por fuera. Pero también estaban Gabriel, Agulló, los hermanos Mudarra y tantos budokas respetables que nos enseñaron a ser tirados y a caer con la elegancia del que confía en quien le tira.
Primero fueron las clases de Tomás, luego las de Juanma, con los intermedios magistrales de Armando Barra. Compañeros como Gonzalo LLorens, Paco Vigil, Felipe Navarro, José Luís Díez, Ernesto Armañanzas, Vicente Faus, Javier Vidal, José Barbero, Arturo Sánchis... Un extraordinario equipo humano con el que disfrutábamos tanto en las horas de entrenamiento como en las "actividades alternativas". Y la creación del "Colegio de Kyus", que pretendía velar por la integración de todos los que se acercaban al Tatami y empezaban el camino del Budo.
Allí aprendimos mucho más que Artes Marciales. Aquello era una escuela de convivencia, un criadero de valores que, al cabo de tantos años, nos ha permitido reunirnos y recordar con agradecimiento la oportunidad de haber formado parte del Tatami, de haber disfrutado de la sabiduría de Armando y de la tremenda humanidad y cultura de Carlos.
Me sentí especialmente emocionado por aquel reencuentro. Pero más al constatar lo tremendamente importante que ha sido después para mi aquel repositorio moral que era el Tatami en años que fueron muy duros tanto en el aspecto universitario (eran los años de la Universidad antifranquista) como personal. Agradecí mucho haber formado parte de aquel Tatami Universitario y de que tantas otras personas demostraran que, a través de todos estos años, han compartido lo mismo.
Espero que nos reunamos más a menudo.