Los derechos fundamentales de todo ser humano (La sanidad, la educación, la justicia, el derecho a una vivienda digna, a sacar adelante a una familia, a aspirar a una justicia real, accesible y gratuita...), nunca deberían ser objeto de negocio, especulación o privatización. Si un gobierno gestiona mal, cámbiese el gobierno. Pero que no se utilice la rentabilidad como argumento para el saqueo de los bienes públicos. Los derechos no tienen precio, ni son negociables.


sábado, 2 de febrero de 2019

La informática que conocí - 1976 - Empezando por los relés

Allá por 1978 yo acababa de volver de la mili, y todavía me quedaba para terminar la carrera de Físicas aprobar aquella famosa asignatura que era Estado Sólido, pero necesitaba trabajar. Así que retomé el trabajo que empecé antes de irme al servicio militar: Mantenimiento de automatismos en una empresa de inyección de plásticos.

Inyectora de plásticos

Aquellas máquinas funcionaban automáticamente con una lógica a base de relés, temporizadores, finales de carrera, etc. Una especie de Meccano eléctrico que permitía expandir la imaginación sin límites.


En Valencia había muchas pequeñas plantas con unas pocas máquinas de inyección, y algunas más grandes en los polígonos del contorno. El nicho de mercado era que todas estas, así como las máquinas de soplado (similares en este aspecto) estaban atendidas eléctricamente  en su mayoría por una serie de personajes sin formación ni método que habían aprendido empíricamente en las mismas plantas de producción. Estos, con una forma de actuar bastante peculiar (por no decir mafiosa), tenían como mercado cautivo a los dueños de estas plantas de inyección, ya que su asistencia era fundamental para mantener activas unas máquinas que habían de funcionar, para optimizar la producción, 24 horas los 7 días de la semana.

El dueño de la pequeña empresa donde empecé pretendía que yo fuera ocupando ese nicho, creando una célula (en principio monopersonal, luego ya se vería) con una mejor formación teórica y una metodología de trabajo más moderna, o al menos existente. Para ello me envió a unos cursos de formación que entonces hacía la Cámara de Comercio y que me sirvieron para ir complementando ese salto que había entonces entre la Universidad y esas pequeñas empresas que poblaban Valencia.

Creo que fui el primero de todo ese mundillo en leerse los manuales de las máquinas, ya que entre otras cosas estaban en inglés. Eso, y el hecho de que dibujara cuidadosamente los circuitos codificando los componentes y diseñara su lógica mediante tablas de verdad me generó una aureola de chalado entre todos aquellos trabajadores cuya formación venía de estar junto a la máquina desde los catorce años, lamentablemente. También me sirvió para hacer el proyecto con el que aprobé la asignatura de automatismos de 5º, que la verdad me quedó muy chulo. Y creo que era de los pocos que obedecían entonces a empresas reales.

Fui haciendo amistades y cogiendo buena prensa entre los responsables no solamente de las fábricas pequeñas, sino entre los ingenieros industriales que gestionaban algunas de las grandes. Transformar aquellos cuadros eléctricos que eran una maraña de cables desordenados en bonitos circuitos ordenados con colores, saber previamente, antes de montar un cuadro, los componentes necesarios (ya ves tú) y optimizarlos (eran caros, claro) te daba buena fama. El arma era el método, y la palabra clave ORGANIZACIÓN. Así que muchos de aquellos piratas que se decían electricistas empezaron a mirarme mal unos y otros con respeto, entre otras cosas porque yo no dudaba en llenarme de aceite metiéndome por debajo de las máquinas y en trabajar fiestas y noches si había que reparar alguna. Eso sí, con el máximo respeto a la corriente eléctrica que en muchos de aquellos trabajadores brillaba por su ausencia. Un experto en prevención laboral hubiera llorado desconsolado al ver como los operarios bloqueaban los mecanismos de seguridad que el propietario se esforzaba en activar, ya que las matrices cerraban con varias toneladas de fuerza y el accidente más probable era dejarse una mano o algunos dedos mezclados con el plástico fundido. La elevadísima temperatura alrededor de las máquinas no ayudaba precisamente a la concentración.

Como anécdota me encontré dentro de un transformador de 80.000 voltios, cuya puerta estaba más que rotulada con carteles de peligro y todo tipo de amenazas, un montón de bocadillos ¡envueltos en papel de aluminio! Y es que la gente los metía allí para que estuvieran calentitos. Cosas de estas, diariamente.

Pues en este entorno estaba yo, bastante inmerso en mis planos y circuitos, cuando un día el ingeniero y el propietario de una de las plantas para las que trabajaba me pidieron que les acompañara: "Nos van a presentar un ordenador. Tú que eres físico sabrás de eso, así que acompáñanos".

Y de esta forma tan simple me quité la bata un día, me limpié la grasa y me puse la chaqueta y la corbata para entrar en el mundo de la Informática. Nos iban a presentar un SECOINSA.

(Continuará)

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