Francia. Septiembre. Son las nueve de la mañana pasadas. Parece más pronto: La niebla comienza a levantarse ahora. Frenta a mi ventana, del bosque salen los jirones de vapor lentamente, y suben despacio hasta fundirse con el cielo plateado que está bajísimo. Detrás del bosque, el horizonte y el cielo no tienen separación.
Silencio, paz, tranquilidad. Del bosque, saturado de ciervos, salen tímidamente los más pequeños para aprovechar la hierba mayor del prado. Y repentínamente vuelven corriendo a esconderse, sin poderse identificar nada que les haya asustado. Todo en el más absoluto silencio: La niebla absorbe todos los ruidos
Estoy sentado junto a la ventana, en una mesa pequeña. Aprieto entre las manos el tazón repleto de café caliente, porque hace frío, humedad. Estoy escuchando un cd de Beng Ericson (
viola da gamba) y Rolf La Fleur (
lute). La música ideal para este momento que pasa sin prisa, sin medirse, saboreándolo. Este es el
disco.
Lo he encontrado en la estantería. Estoy en una casa de campo inmensa, toda para mi, en alguna parte del precioso campo francés. Ayer, volviendo de
Saumur, me sorprendió por la autopista una tremenda niebla. Como estaba cerca el anochecer, y además no había comido (no como cuando tengo que conducir, prefiero parar antes y poder y cenar y beber tranquilamente. Comer en Francia y no beber vino es inimaginable, así que esperamos y lo hacemos bien). Decidí buscar alojamiento.
O sea, que hambre, niebla y amenaza de noche. Así que cogí un camino rural cuando vi el cartelito de "Chambres á la ferme", y me metí entre más niebla y más vegetación, por un camino estrecho y apenas asfaltado: Buscaba una sopita de cebolla y una habitación sencilla y tranquila.
Primero encontré un château. auténtico, de los de película, con un jardin perfecto, una avenida inmensa y Rolls a la puerta (palabra). Me abrió una amable señora perfectamente arreglada, toda llena de collares. 38 € la habitación, incluyendo desayuno (fijaos en los precios: Vengo de Navarra, 97 € habitación doble y desayuno) y me señaló una de las torres, por fuera preciosa, cubierta de hiedra. Desde la puerta veía un gran salón, con varias cabezas de ciervo colgadas de la pared. Tenía buena pinta, pero yo quería mi sopa calentita.
Y allí no daban cenas. Así que me fui a buscar la siguiente granja, donde la collares me hábía dicho que sí que había un restaurant. Lo encontré, pero estaba todo apagado. Resuelto a no rendirme, porque no me apetecía volver a conducir con hambre niebla y noche, me metí por las cocinas hasta que encontré un señor que muy amable me aseguró que sí, que iban a abrir para dar cenas (¡menos mal!) y me llevó hasta el edificio vecino, donde una amable anciana me alquiló la casa en la que ahora estoy ¡por 35 € la noche incluyendo desayuno!.
La casa es inmensa. Abajo tiene la cocina y el comedor, con una mesa inmensa que anoche llené con mis libros y con mis mapas, pues después de cenar me gusta preparar mi siguiente día de viaje. (Soy de los que odian el GPS. Nada de elctrónica en vacaciones: Ni gps ni portátil). Arriba, cuatro habitaciones con tres camas cada una. Elegí para dormir la abuardillada, de manera que he dormido esta noche en el más absoluto silencio, viendo por la ventana acristalada el cielo sobre mi cabeza. Un lujo. Una pena que estubiera tan nublado.
Me gusta ver en las estanterías de las casas que alquilo qué dejan los caseros para que los huéspedes se distraigan. Dice mucho de ellos. Normalmente, hay información turística, algunas veces muy útil. Otras revistas atroces para marujas internacionales. Pero anoche encontré, en una estantería elevada, unos discos extraordinarios, y una radiocadena. Así que elegí el que os he dicho. Y aquí estoy, disfrutando de autores que ya conocía, como
Thomas Morley ,
John Dowland y
Telemann , y otros que me encanta conocer, como
Karl Friedrich Abel ,
Robert Ballard y sobre todo
Louis De Caix D'Hervelois . Una música excelente que os recomiendo.
Otro día os contaré la historia del restaurante y los ciervos.