Los derechos fundamentales de todo ser humano (La sanidad, la educación, la justicia, el derecho a una vivienda digna, a sacar adelante a una familia, a aspirar a una justicia real, accesible y gratuita...), nunca deberían ser objeto de negocio, especulación o privatización. Si un gobierno gestiona mal, cámbiese el gobierno. Pero que no se utilice la rentabilidad como argumento para el saqueo de los bienes públicos. Los derechos no tienen precio, ni son negociables.


martes, 21 de abril de 2020

Mi Valencia de los 50 - La Calle Boix

Buenas noches a todos.

Una de las cosas que creo que nos toca a los que ya cumplimos una determinada edad es contar las cosas que conocimos y cómo las conocimos hace muchos años, para que la gente que viene detrás, si está interesada, tenga esa información. Además, tengo especial satisfacción en dedicar especialmente esta serie a mi amigo Orlando y su extraordinario grupo de Facebook Remember València  (Associació Cultural Remember València), que os recomiendo vivamente.

No es el caso de la mayoría de nosotros el tener una biografía aventurera ni aventurada, como aquellos de la generación anterior a la nuestra a los que tocó vivir una guerra, o varias, y muchas otras calamidades. No, en mi caso son cosas sencillas de una vida sencilla, como muchas otras. Pero son recuerdos que, como os pasará a vosotros, guardo con mucho cariño, y con tal los escribo para que no se pierdan, y para quien le interese. Y me voy a ayudar, ademáse de con fotos propias (hechas antes del confinamiento, claro) con la maravilla de Goole Maps. Empezamos.

Nací en 1952, en Valencia, en casa, como antes se nacía, un hermoso niño de 5,5 kg (sí, eso, y no los he perdido por el camino), en plena Ciutat Vella, como podéis ver en el mapa actual. Mis padres, orgullosos madrileños de pura cepa (mi padre de la Cava Baja y mi madre de Las vistillas) vinieron a Valencia en 1947, donde mi padre, funcionario, había sido destinado. Rápidamente se quedaron enganchados de esta tierra y mi madre, sobre todo, pasó a ser gran admiradora de Valencia y de sus gentes, sin perder sus raíces madrileñas. Aunque cada vez que volvía a Madrid decía que ese ya no era el suyo, que había crecido demasiado y quedaban pocos madrileños auténticos. A mi madre y a mi padre les pilló la guerra en plena adolescencia, entre los 14 y los 17 años, en un Madrid asediado, bombardeado y aterrorizado por los ataques de unos y los "paseos" de otros. Valencia para ellos era un paraíso ya entonces.


El distrito de Ciutat Vella entonces estaba realmente viejo, en mal estado, como todo en aquella época. Entonces era el Distrito Catedral, lo que entonces se llamaba "El Pequeño Vaticano", porque había un montón de iglesias (y las sigue habiendo). El río, por supuesto, no estaba nada urbanizado, pasaba por él aún El Turia al completo con sus aguas (En otra ocasión os contaré la riada desde mi memoria) y justo debajo del pretil había un montón de chabolas, origen de la gran cantidad de víctimas que ocasionó la Riada de 1957.


Mis padres afortunadamente habían conseguido un piso de alquiler, cosa nada fácil. De hecho, dada la escasez de viviendas, se autorizó sobreelevar las fincas antiguas para crear nuevos habitáculos, y en uno de estos nací yo, en un quinto y último piso de una finca que originalmente era de tres. Era un piso muy pequeño, pero muy abierto y soleado, alegre, que era lo que más valoraba mi madre, y claro, yo ahora. Era en la Calle Pintor Boix, Calle Boix para los amigos. Una calle ahora "con estilo" pues está llena de hoteles en las fincas restauradas. Una pena, se repinta el decorado y se cambia a los protagonistas.


Esta es mi calle, FPAP (fotos propias de antes de la pandemia, cuando sean de Google lo diré). En aquellos años no había coches, solamente los viejos cacharros que mi padre compraba a principios de verano para llevarnos a la playa, y que al terminar la temporada volvía a vender. Entonces había vida de calle, se conocían todos y se cotilleaba en las tiendas. Mi madre, cuando tenía que ir al mercado, iba hasta Mosen Sorell, y volvía cargada de bolsas. Ni Mercadonas, ni reparto, ni carritos de la compra, señoras cargadas. (Cuento más de esto en El nombre del Blog)

Los niños bajábamos a jugar en la calle. Sin móviles ni nada, oigan, sin casco ni arnés, a lo bruto. Y nos pegábamos, nos amigábamos y nos desamigábamos sin subir a casa, sin chivarnos a nadie y sin necesidad de psiquiatra infantil. En verano, al anochecer, yo subía mis cinco pisos a por mi bocadillo de tortilla francesa y una silla, y me bajaba con todo a la calle porque los niños hacíamos "la sopaeta", y muchos mayores se apuntaban luego. Los vecinos nos conocíamos y nos contábamos cosas. Más tarde llegó la televisión y todo eso se fue acabando, y los niños pasamos a cenar ante la pantalla a no ser que alguna madre inteligente apagara la tele y te dijera eso de "a la calle, a jugar". Cosa impensable ahora, me temo.


Esta era mi finca, la parte de fuera. Ahora está restaurada y convertidos los antiguos pisos en costosos apartamentos, espero que sean para vivir y no de alquiler turístico. La historia sociológica de estas fincas en aquellos tiempos es muy interesante, ya os lo contaré.


El portal era tremendo, con unos portones inmensos y un interior muy grande y tenebroso, con un farol cuadrado y enorme colgando con una diminuta bombilla que daba una luz mortecina. Ahora le han puesto ascensor, entonces no había, y hasta mi piso, el 5º, había 180 escalones que subíamos y bajábamos varias veces al día. No necesitábamos gimnasios.

Más tarde en el portal había una baldosa, a unos 2,30 metros del suelo, en la que ponía "Hasta aquí llegó la riada". Impresionante.


En la acera de enfrente, donde ahora hay un hotel, había una tienda, un ultramarinos. No me acuerdo del nombre del dueño. A su izquierda, más o menos donde está el restaurante, una panadería, de la que recuerdo las excelentes rosquilletas. También tengo el recuerdo de un cura, creo que era el párroco, que iba a la panadería con su sombrero de ala ancha y su sotana (como esas figuritas de Santiago de Compostela) y la gente que se cruzaba con él tenía que besarle la mano. Mis amigos cruzaban corriendo la calle a besar la mano del cura, pero yo siempre disimulaba, y no era por cuestión ideológica, sino que no me resultaba nada atrayente besar a aquel señor, oigan, que siempre he sido poco besucón y menos con curas. Hay que decir que en aquellos años de la dictadura, y en demasiados todavía más tarde, la Iglesia te podía salvar de un gran disgusto si certificaba que eras "buen cristiano y cumplías tus deberes como tal", por lo que muchos de esos besos no debían ser muy sinceros.


Abajo veis mi calle vista recientemente por Google. Al frente la cierra la C/ Trinitarios, y el estudio de Francis Montesinos, que entonces eran unas cocheras en las que una señora muy agradable vendía bacalao, y apestaba aquello cosa mala. El hijo se hizo famoso porque se fue a trabajar a Londres, fijaos, en aquellos tiempos, y llegó a director de hotel. Cotilleos del barrio.

También en uno de estos bajos era un secreto a voces que había una señora que se dedicaba a hacer abortos (a los niños no nos llegaba eso, claro, nos enteramos luego), cosa muy condenada entonces pero muy extendida porque no había medio de controlar la natalidad, y en aquellos barrios, y en muchos otros, la gente tenía muchas dificultades para sobrevivir, y eso de aumentar la familia era un problema. La cosa se acabó cuando vino la policía a detenerla, puesto que se le murió una paciente en mitad del proceso. Aún recuerdo los Seat 1500 grises de la policía y a los mismos "grises" en plena operación. Mal le iba a ir.


Mirando al otro lado de la calle ¿veis este edificio tan horrible? Pues aquí estaba el Colegio de El Pilar. Aún recuerdo ver salir al montón de niños. Luego se trasladó el colegio, tiraron el viejo e hicieron esto, donde hay unas escuelas profesionales. Era cotilleo general del barrio ver a las monjas javerianas que entonces lo llevaban (y no sé ahora) que eran unas monjas "modernas" de esas que se les veían los tobillos e iban por el mundo con expresión alegre. Y aún montaban algún baile (regional, por supuesto) en los balcones para regocijo del vecindario.


"Salir al río" era alcanzar el límite permitido, allí ya había más tráfico y tuve que esperar a "ser mayor" para arriesgarme más allá de esas esquinas. Aventuras emocionantes que ya os contaré.


Hacia el otro lado la calle Pintor López era más emocionante todavía: Por allí se iba a la playa. En esta calle tomábamos el tranvía, el 5 para ir al centro, el 3 para Nazaret, que aún tenía mar, y el 1 para Las Arenas, donde aún podíamos ir los valencianos antes de que una alcaldesa inimaginable convirtiera el balneario público en un hotel para ricos.

(Imagen de Pinterest)


Por aquí pasaban también los tanques que iban cada año al "Desfile de la Victoria", como conté en mi artículo Un tanque en mi calle, a vuestra disposición en ese enlace.

Al otro lado mi calle Boix estaba cerrada por la Calle Trinitarios, que hoy afortunadamente también se puede ver sin coches aparcados. A lo lejos, la Iglesia del Temple.


La otra parte de la Calle Trinitarios, que lleva a la Calle del Salvador y al centro centrísimo de Valencia, meollo católico. A la izquierda, como ya os he dicho, la antigua tienda de bacalao hoy sede de Montesinos. Barrio chic molón que es ahora, para que veáis.


Bien, creo que ya os he contado bastante para esta primera entrega. Si os ha gustado os iré contando cómo se iba ampliando mi mundo a través de esta calle Trinitarios. Y mucho más lejos que llegué, oigan.

Si os interesan más historias de este tipo, tenéis este mapa las que he ido publicando (en obras, conste, no están todas) 

Tenéis también el Mapa (general) del Blog donde podéis encontrar también las entradas de otros temas:

Mapa del Blog

Y para el que le guste la historia militar, el blog que también mantengo y al que pertenecen las entradas que os he enlazado.

Un tanque de siete pesetas

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