Suena ya a tópico eso de que nuestro primer mundo avanza más rápidamente en lo material que en lo espiritual, que adaptándolo a nuestro caso se podría interpretar en que tenemos extraordinarias herramientas pero no nos ha dado tiempo a desarrollar, y mucho menos a interinizar, unas reglas de comportamiento social con las que incluirlas en nuestra vida cotidiana.
Un ejemplo absolutamente cercano es el teléfono, y mucho más su reciente y extendidísima versión de teléfono móvil, sea de uso personal o profesional. En tal uso no solamente se abandonan en ocasiones las más elementales reglas de la educación, sino las otras, más olvidadas, de la delicadeza, cuya acepción más adecuada a este caso es, según el diccionario de la Real Academia: “Atención y exquisito miramiento con las personas o las cosas, en las obras o en las palabras.”
No hay cosa más triste, realmente, que ver a una pareja joven cuyo grado de incomunicación llega a la necesidad de tener que estar cada uno hablando con su móvil con terceras personas. Por otra parte, si se está con una persona y aquella está constantemente tecleando sus mensajes, o buscando conversaciones telefónicas, se puede deducir que el nivel de atención que se merece como acompañante es nulo, y que el interés que lo que se está diciendo, o que la propia compañía, despierta en el moviladicto, es más bien pequeño. Tanto peor si nos percatamos de que se está “retransmitiendo” nuestra conversación a una tercera persona sin nuestra anuencia.
Cuando se está en una reunión, principalmente si esta es de un nivel ejecutivo, no falta quien necesite establecer su conversación telefónica en medio de la misma, más probablemente para demostrar lo infinitamente necesario que es para sus subordinados o superiores, que por una auténtica urgencia. Por otra parte, no deja de ser, además, una falta de discreción el estar conversando (por mucho que uno se agache y se tape la boca en un burdo intento de hacer como que no quiere hablar) mientras el que está al otro lado del teléfono está escuchando, en segundo plano, lo que se dice en tal reunión, lo cual puede no ser nada recomendable profesional o personalmente para los demás participantes. No hablemos ya cuando la necesidad de hablar se da en cursos, clases, cines, etc…
Obviamente, se puede prescindir del teléfono. Obviamente, cuando alguien, con el cargo que sea, entra en una reunión, el mundo puede prescindir de él durante el tiempo que esta dura, tanto por respeto al resto de asistentes como a la real concentración y dedicación al tema tratado por parte de uno mismo. Normalmente, quien no tiene reparos en establecer una conversación telefónica molestando, evidentemente, al resto de reunidos, es porque tampoco tiene reparo en mantener conversaciones paralelas con otros asistentes a la reunión, dentro de ese vicio tan nuestro de no respetar al que habla ni a los que escuchan. Y no deja de ser una falta de respeto para los asistentes eso de: “Me tienen que llamar”, como aviso. Pues que se esperen, oiga, si no es vital.
¿Y qué decir de aquellos que te conceden su precioso tiempo (profesional, comercial, personalmente, etc) y que cuando consigues acceder a su franja de atención resulta que tienen, inexcusablemente, que hablar con alguien? El bonito detalle, si no se ha podido silenciar el teléfono antes, de decir “Ahora estoy reunido, luego te llamo” será recibido, sin duda, como una muestra de respeto por el que quiere decirnos algo, mientras que cualquier discurso, cualquier petición, cualquier conversación que se ve interrumpida por las “conversaciones urgentes-paralelas” es automáticamente desvirtuado, posiblemente con un sentimiento del que intenta comunicar algo a la persona tan ocupada de que es inútil el esfuerzo y que a aquella le importa un rábano lo que le ibas a decir.
No nos han enseñado normas para eso, porque quienes ahora usamos y sufrimos los teléfonos fuimos a escuela antes de que se impusieran de tal manera. En la época de los fijos y las/los secretarias/os era de buen estilo decir, cuando alguien nos visitaba, eso de: “No me pases llamadas, que estoy reunido”. Una muestra de delicadeza y de respeto hacia aquel con el que nos reuníamos. Ahora hay quien parece que está deseando que le llamen mientras hablamos con él, puesto que la exigencia de telecomunicación parece un nivel de rango en determinadas organizaciones.
Si es que tenemos un jefe que exige que se le conteste inmediatamente (También los jefes pueden ser seres absolutamente exentos de la menor delicadeza) y caemos en tal sumisión, habremos de soportar llamadas en horas intempestivas, momentos íntimos, viajes, etc. El teléfono ha de ser una herramienta para servirnos, no al revés.
Por eso parece procedente resumir unas elementales normas:
1 – Cuando estés hablando con alguien, es una falta de respeto iniciar una llamada (“Perdona, pero es que tengo que llamar justo ahora”) o continuar una entrante. Dí que estás ocupado y que te vuelvan a llamar INDEPENDIENTEMENTE DE QUIEN SEA LA PERSONA CON LA QUE ESTÁS HABLANDO, puesto que todos merecemos el mejor trato, sea un superior o un subordinado, la dignidad ha de ser la misma para todos.
2 – Si entras en una reunión, pon el teléfono en silencio. Si te llaman, y tienes que hablar realmente de manera urgente, SALTE DE LA REUNIÓN PARA HABLAR POR TU MÓVIL. No hagas tragar a los demás tu conversación, bien como fondo de la reunión general o bien, dado tu tono de voz, como una muestra de lo importante que te crees y de lo maleducado/a que en realidad eres. Y no des oportunidad a que quien está al otro lado de la línea pueda escuchar algo que no procede.
2 – Cuando estás en autobuses, trenes, salas de espera, etc., y estás con una conversación, hay mucha gente que se está enterando de tu vida. Y puede no interesarles para nada. O puede interesarles demasiado los detalles que expones. Parece que hay demasiadas personas que no ven como pérdida de intimidad contar su vida privada en un foro público, pues aunque se lo esté diciendo a quien está a la otra parte del teléfono, está escuchando todo el mundo que hay alrededor.
Así se podrían exponer muchas mas situaciones que todos vivimos y conocemos diariamente, y las normas se pueden resumir en que hay que dar prioridad a la comunicación directa y a que hay que tener respeto tanto a nuestro interlocutor como a quien nos rodea.
Esto es puro sentido común, pura delicadeza. Pero hay mucho cultivo de la enseñanza y los valores tecnológicos y poco de la enseñanza y los valores humanísticos. Tendremos que ir corrigiéndolo entre todos para mejorar nuestra sociedad.