Los derechos fundamentales de todo ser humano (La sanidad, la educación, la justicia, el derecho a una vivienda digna, a sacar adelante a una familia, a aspirar a una justicia real, accesible y gratuita...), nunca deberían ser objeto de negocio, especulación o privatización. Si un gobierno gestiona mal, cámbiese el gobierno. Pero que no se utilice la rentabilidad como argumento para el saqueo de los bienes públicos. Los derechos no tienen precio, ni son negociables.


domingo, 16 de febrero de 2014

Música recomendada: Sakuhachi - Hoyama Honkyoku

Camino de Santiago a Finisterre, octubre de 2003. Un joven italiano camina junto a nosotros con una flauta y un perro (¿eso que los neofachas llaman ahora "perroflautas"?), intentando sacar algún sonido más o menos armónico de su instrumento. Le condenamos a la soledad durante el camino, pues preferimos oir cualquier otra cosa. El hombre sigue, absorto en su búsqueda.

Llega la noche. Es húmeda y muy fria. En el prado que hay fuera del albergue nuestro amigo sigue soplando en su flauta. Hemos cenado con su "música" e intento sustrarme al deseo generar de callarle a pedradas. Me acerco, y me siento un rato junto a él. Entonces veo que su flauta es un shakuhashi. Le pregunto. No tiene ni idea, se la ha encontrado, y desde entonces está maravillado con su sonido (o lo que puede sacar de ella). No sabe lo que es el Zen, no sabe nada de la cultura japonesa. Pero hace el Camino con su perro y con su flauta. Empezamos bien.

Empiezo a contarle cosas: Le hablo del Budo, del budismo Zen. Se engancha. Acabo hablándole de Akira Kurosawa, porque a través de algunas de sus películas puede acercarse al entorno que generó su instrumento exótico. En cuanto pueda, las buscará.

Hablando he conseguido alejarle del albergue. Los otros peregrinos me lo agradecerán, porque es ya la hora de dormir. Llegamos a un prado estupendo. Hay una luna preciosa, estamos entre montañas. Huele a hierba húmeda. Y allí el nuevo monje flautista se queda con su flauta, envuelto en su poncho, en esa mezcla de meditación y música que se consigue con un shakuhashi. Si supiera tocar, ya sería estupendo.

Un joven con cresta y poncho, una flauta (un shakuhashi, distingamos) y un perro. ¡Cuanta sensibilidad!. Y cuanto necio meapilas y bienpensante puebla nuestra encorbatada sociedad, que clasifica y prejuzga a las personas sin sentarse con ellas a ver la luna, oler la hierba e intentar sacar sonido de una flauta que álguien trajo desde Japón para perderla en el Camino de Santiago y que se la encontrara este bendito.

Nos hacen falta más tocadores de sakuhachi y menos tocadores de otras cosas. Eso es lo que nos pasa.

Os recomiendo, por ejemplo, la música de Katsuya Yokoyama. Es música para meditar, para relajarnos, para acercarnos a otras culturas con otros valores.

Os dejo con una algunos vídeos ilustrativos . Otro día hablaremos del koto.

No hay comentarios: