Siempre he defendido, con la teoría y con el ejemplo, que el almuerzo es una terapia social mediterránea. Las mejores dinámicas de grupo Se practican en el almuerzo, donde se distiende el ambiente y se habla del trabajo de otra forma. Me resultan cargantes aquellos que, en cuanto les ascienden, visualizan su teórica superocupación en que "Sólo puedo tomarme un cortadito y rápido, que tengo mucho trabajo", para luego pasarse horas haciendo el pijo sumiso por los despachos. La interrupción del almuerzo, en sociedad, relativiza los problemas, hace más corta la mañana y hace viable los largos horarios, irracionales por estas tierras sobre todo entre los funcionarios y currantes en general. Y que nadie diga que se pierde productividad, porque se arregla más en un almuerzo distendido que en todas esas reuniones estiradas y enchaquetadas.
Hemos sido invadidos por la imitación torpe de costumbres ajenas, en un país donde, con el calor que hace en pleno verano, los ejecutivos (y los comerciales, pobrets) tienen que ir trajeados (¿Habráse visto irracionalidad mayor?) y cosas tan patrióticas como el bocata son sustituidas por pijeces con nombre anglosajón.
También me ha resultado siempre chocante que los jefazos, espero que inconscientemente, tienen la pérfida costumbre de poner las reuniones a la hora del almuerzo. Es una mierda, porque ya son bastante peñazo tales reuniones como para encima tener que aguantarlas con la barriga vacía. ¿No sería mejor empezar la reunión bajando todos a almorzar, reírse juntos un rato y preparar un ambiente distendido en el que los problemas se arreglan mucho mejor? Pues no, se mantiene ese distanciamiento en el que se refugian quienes carecen de autoridad/categoría propia y ponen barreras formales. Eso no es gestión de grupos, eso no es liderar. Es mandar. Y así nos va.
Defiendo radicalmente el almuerzo y la siesta. Obviamente, en los países que anochece a las cuatro de las tarde, no será necesaria. Aquí, ya me diréis qué rendimiento se puede sacar a mediodía de verano después de comer.
No sé si seremos más elegantes o más europeos privándonos de estas cosas, pero sí creo que seremos unos idiotas de narices. Vivir bien y estar contento no son la antítesis de la productividad ni del trabajo bien echo, a pesar de que los cuervos radicales de la religión y del capitalismo feroz nos quieran hacer creer que tenemos que parecer amargados para que se crean que somos eficientes.
Así que os animo a la defensa de estos valores también esenciales de nuestra cultura. Si en vez de tanta mala uva nos hiciéramos unos almuerzos juntos, se arreglarían muchas cosas.
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