Los derechos fundamentales de todo ser humano (La sanidad, la educación, la justicia, el derecho a una vivienda digna, a sacar adelante a una familia, a aspirar a una justicia real, accesible y gratuita...), nunca deberían ser objeto de negocio, especulación o privatización. Si un gobierno gestiona mal, cámbiese el gobierno. Pero que no se utilice la rentabilidad como argumento para el saqueo de los bienes públicos. Los derechos no tienen precio, ni son negociables.


domingo, 15 de mayo de 2016

Tranvía al Politécnico

Miércoles, día laborable. Casi las 14 horas. No caigo en que es la hora de salida del Politécnico y cojo el tranvía en Eugénia Vinyes para volver a Benimaclet. En D. LLuch sómos sólo cinco personas en mi vagón. Excepto yo, el resto enganchadas al móvil. Como ya viene siendo usual, voy enterándome de la vida e intimidades de una señora que grita al móvil (no habla) justo delante de mi.

LLegamos a Tarongers. Antes de parar, ya se aprecia una bola humana en la parada. Y digo una bola, no una masa. Los jóvenes politécnicos están amontonados cual abejas en un enjambre. A su alrededor sobra sitio, pero ellos están increíblemente arrimaditos todos, sin excepción, mirando sus móviles.

Se abren las puertas y la bola humana entra en el tranvía. Pero no creáis que se esparcen por los pasillos, excepto algunos que corren a sentarse sin dejar de mirar el móvil. No, La bola se queda junto a la puerta. Hay pasillo libre a derecha e izquierda, pero ellos siguen pegados, amontonados, sin dejar de mirar el móvil, sin levantar la cabeza, tapando la puerta.

Ya he visto ese fenómeno otras veces, y no deja de sorprenderme. En un instante, pienso en lo lejos que están esos chavales de imaginar que ese abuelo con bastones que los mira jocoso desde su asiento pertenece a la generación que inauguró el Politécnico y que iba caminando entre las vías del tren hasta esa construcción totalmente antipedagógica que eran "Las Hueveras", zona conocida posteriormente como "La Vella"). 

Curso 1969-1970.  Empezamos dando clase en las aulas habilitadas en los talleres de lo que era Agrónomos, en Blasco Ibáñez. El primer semestre lo pasamos con un frío horrible y goteras. Había quien abría los paraguas en clase y se quedaba con el abrigo puesto. Gloriosa población, compuesta de quienes ingresábamos directamente procedentes del Preu, cual reclutillas novatones, y de quienes venían a Valencia resabiados y toreados de otros "Selectivos" (lo era el primero de carrera entonces) de otras universidades, principalmente de Barcelona. Tuve ocasión de juntarme así con gente tan inolvidable como José Garnería, Moncho Borrajo y otros entrañables personajes que convertían aquello en una Universidad, frente al intento desesperado de sus opusianos creadores de crear un colegio de curas prolongado.

El segundo semestre ya pasamos a lo que iba a ser el Campus de Vera, "artísticamente" expropiado por el régimen (alguno de sus antiguos huertanos pasó a ser bedel o conserje del entonces Instituto Politécnico Superior de Valencia (IPSV),  (Que inauguró el mismísimo Franco, como  aquí os cuento.)
Estas nefastas aulas, sin aire acondicionado ni ningún tipo de ventilación en plena primavera valenciana (para más coña, una profesora de física famosa por su afición por los coches Jaguar nos insistía en que esas aulas eran el ejemplo del recipiente herméticamente cerrado) estaba en medio de la huerta, y generalmente el personal llegaba allí por el Camino de Vera, en coche el afortunado que entonces lo tenía. Otros llegábamos por la orilla de la vía del "tren churro", que salía de la Estación de Aragón. Toda una aventura diaria. Oí comentar entonces a unos abuelos huertanos que hasta hacía poco los zorros se acercaban hasta Polo y Peilorón, donde prácticamente acababan las casas.

Entonces, al salir no teníamos avenidas, ni tranvías, ni Valenbisis. Los que no tenían coche, que éramos la mayoría, volvíamos andando a casa y de nuevo a clase por la tarde, generalmente a dibujo técnico, que era una cosa que se hacía con Rotrings y reglas, sin Autocad ni ordenadores. La verdad, no me gustaba nada aquello del dibujo y fue la causa de que me cargaran el semestre, pues o aprobabas todas o vuelta a empezar con todo, nada de créditos.

Entonces había muy pocas chicas, cuatro en mi grupo de 120 alumnos al principio. Pocas eran las mujeres que iban por las enseñanzas técnicas. Cuando salíamos de clase, nos íbamos en peña a acompañarlas, en mi caso hasta la Plaza de la Virgen. O sea, que mi camino de vuelta a casa era del Poli hasta allí y luego a la Avenida del Puerto, andando. ¿Se lo iban a creer estos jovencitos moviladictos? No creo.

Volvamos al tranvía. Llegamos a La Carrasca. Más de lo mismo. La-bola-que-mira-al-móvil intenta entras compacta al tranvía (por cada una de las puertas una bola, conste). Pero la-bola-que-mira-al-móvil dentro ni se aparte de la puerta ni se mueve. Al final, milagrosamente, las dos bolas se compactan en una de mayor densidad pero no se extiende por los pasillos del tranvía. No vaya a ser que luego no puedan salir.

Lo mismo en la propia parada de La Politécnica. Total, que en previsión, me preparo para bajar en V. Zaragozá creyendo, iluso, que mi edad y mis bastones servirían para que - como se espera en una sociedad civilizada - esta gente me dejara paso hasta la puerta.

Pero no, en cuanto me levanto me atropella una jovencita, casi me tira, mientras se abalanza sobre mi asiento sin dejar de hablar por el móvil. El resto de la bola ni se altera, dale que dale. Les pido por favor que me dejen bajar. Y de entre todos uno sólo - uno sólo - levanta una cabeza tapada por unos auriculares rosa, me mira con cara de no entender nada y rápidamente baja la vista hasta el teléfono. Puto caso. Tengo que hacer uso de mi masa (considerable, ventajas del sobrepeso) y de mis codos de ex-karateka para literalmente abrirme paso entre zombis que ni me miran y poder bajar. Toda una experiencia. La próxima vez habrá que mandarles un mensaje al móvil que diga "ser educado es bueno", y que miren lo de educado en la Wiki.

Os aconsejo este trayecto para que veáis hasta que punto este hecho se da. En mis tiempos, como se dice, cuando una colla de universitarios, chicos y chicas, subía al trenet o al tranvía las risas y las conversaciones eran constantes y hasta se oían demasiado. Estos no, masa amorfa colgada de los móviles. ¿Estudiarán con el móvil puesto o se lo quitarán? ¿Funcionarán sin el móvil delante?

No sé cómo será ahora la vida en el Politécnico, o en la Universidad en general. Casi me alegro de no tener que dar clase a esta población tan lejana de mis parámetros. Pero me preocupa seriamente que, un día, esta bola de gente alienada pasará a ser proletariado tecnológico trabajador, y tendrá que defender sus derechos, y pensar, y vivir, y gestionar la sociedad. ¿O lo va a hacer todo a través del móvil?

Acongojante.

1 comentario:

Ángel dijo...

¡Toda una experiencia, Anog!
Ver para creer.
Yo, por supuesto, me lo creo.