Mi amadísima me ha regalado un Smartphone,
harta ya de mi móvil pleistocénico que tanto estupor
y admiración provocaba
entre quienes lo veían, alucinados de que un “profesioná” de las “Nuevas
Tecnologías” llevara tal ejemplar. Pero miren ustedes, a mí me ha prestado
grandes servicios, ha recorrido conmigo muchos sitios y su compañía era ya
entrañable, sin contar los días que me lo olvidaba en casa, que no tenía
batería o que no tenía saldo. Porque, eso sí, a eso de los contratos con
distintas tarifas, con permanencias leoninas y tal todavía no he aceptado
llegar. Poco a poco, oigan, que hay tiempo. Además, eso de cambiar una cosa mientras funciona siempre me ha parecido una concesión al capitalismo consumista opresor oligárquico y noséquemás.
Pues ya tengo Washapp (La más arraigada ideología sucumbe ante una mujer obstinada). Ya puedo
enviar pijadas intempestivas a troche y moche, castigando a quienes me
confiaron su teléfono y esperando que me devuelvan la chorrada. Así que entre
la emoción de ver cómo los contactos de la SIM de mi smartphone se
sincronizaban con el Google, la consciencia de que tengo que seguir mi curso
on-line, ver en el Facebook lo que dicen a lo que dije cuando ellos (vosotros)
me dijeron, y mirar en el Linkedin quien me quiere por razones de mi cargo,
para venderme algo, y las mentiras que ponen algunos a los que conozco (Hay que
ver qué cantidad de cargos se inventa la gente que ha tenido y qué estúpidas y
pedantes suenan en inglés cosas que se pueden decir llanamente en castellano),
y la sensación de que los que no conozco también pondrán las suyas (Afortunadamente
no tengo Twitter , me la suda ser trend-toppic o mandar paridas a los programas
de la tele), he entrado en un torbellino pre-estrésico del que me ha saalvado mi mantra de
combate, sintetizado tras largos años de distintas Artes Marciales, recibir
mucha caña y leer muchos libros sobre budismo zen, hinduismo, yoga, budismo
tibetano, confucianismo, taoísmo, apuntes de cálculo integral, libros de ecuaciones diferenciales, electrónica, mecánica cuántica, informática, psicopatología cotidiana, epistemología teológica, pharmacopaedia latina... y algún que otro tebeo (no cómic, por favor)
de Mortadelo y Filemón y de Astérix (Siempre he odiado a Tintin, me parecía un
arquetipo de niño pijo de derechas, como luego va y es) , que mantenían
oxigenada mi mente… digo, que me he enrollado: He acudido a mi mantra secreto
de hiperenergia psico-froidiana con tintes de Joung y mucho de Groucho Marx y he
gritado internamente, liberando mis positonas retenidas:¡ MUCHA MIERDA!
Y, oigan, he apagado todo. TODO
(Si, incluso el móvil. Probad: No pasa nada, palabra) y me he ido a la cocina a
hacerme unas suculentas migas al estilo de mi abuela (Gran cocinera, de
Talavera de La Reina, orgullo que siempre llevó) mientras meneaba el culo (yo, no mi abuela, un respeto) al
son de la tuna compostelana, cd que me compré religiosamente bajo los arcos del
Palacio de Rajoy, en plena plaza del Obradoiro, en alguna de mis innumerables
pero siempre insuficientes visitas a Santiago de Compostela. Me han quedado
unas migas dpm, y tengo la psique de un pasao marchoso mogollón. Ya mismo me
iría de pasacalles por la Costa Vella e as súas inmediacións.
Y hablando de
cocina sabrosona, siempre que me llega uno de esos grandiosos olores de
estupenda comida bien hecha me acuerdo de mi extraordinaria vecina de Denia, Rosa,
cuyos guisos llenan con sus atractivísimos olores toda la playa de Les Bovetes
y creo que su fama habrá de llegar hasta Ibiza. Mis reverencias a tan exquisita
y salerosa madrileña.
Y digo yo:
¿Por qué no empleamos más tiempo en vivir y nos engancha tanto esto de la
tecla?
Apaga y vámonos.
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