Esto es pura ficción, puro
calentamiento de tarro. El que vea segundas intenciones y semejanzas con la
actualidad, personas físicas o jurídicas existentes o existidas, es un
retorcido, oigan.
Había una vez un país gobernado
en realidad por un grupo de personas muy poderosas, que controlaban de una
manera u otra tanto el poder económico como los medios de comunicación, y
muchas otras instituciones importantes. Aquel país simulaba ser una democracia,
porque hasta entonces había sido lo más rentable, tanto para negociar con otros
mercados como para mantener sumisa a la plebe, que había aguantado durante
muchos años al dictador al que estos señores habían financiado para que acabara
con todos sus opositores, casi a riesgo de reducir la población del país
significativamente.
Habían ganado muchos años de
beneficios. Pero tocó cambiar, porque la olla empezaba a bullir y la situación
internacional lo aconsejaba. Se inventaron una cosa a la que llamaron
Transición, que les aseguraba seguir mandando de forma que tampoco pareciera
que mandaban ellos.
En aquella transición empezó
gobernando un partido más o menos controlado. Pero estaba claro que había que
prever una salida, para seguir manteniendo la apariencia de democracia, no
fuera a ser que ganaran los comunistas y entonces se iban a perder importantes
apoyos e importantes negocios, y los jefes de los jefes se iban a enfadar. Y se
desempolvó y alimentó un pequeño partido, con un dirigente resultón, que decía ser de izquierdas y daba la imagen.
Consiguieron así una alternancia
bipolar: Ahora los conservadores, que controlamos y ellos lo saben, y ahora los
otros, a los que controlamos y ellos no lo quieren saber.
Pasaron los años, y nuestros
super-amos hicieron pingües negocios, con unos y otros. Si alguno de los
gobernantes se ponía borde, se le enseñaban los trapos sucios que se guardaban
de él (si no hay, se inventan) o se le ofrecía un bonito cargo para su retiro.
Cosas del ser humano, que para lo de los demás suele ser de izquierdas y para
lo suyo muy de derechas (excepto honrosas excepciones, que las hay).
También se desempolvaron viejos
sindicatos, que empezaron recibiendo un gran patrimonio, por lo perdido en la
guerra, y muchas subvenciones. Y los sindicatos hacían su papel, mire usted,
que es reconducir las protestas, canalizarlas y orientarlas. La relación entre
esta orientación y las subvenciones ya era cosa de la mala prensa y de los
malpensados.
Pero llegó un momento en que la
gente ya no tragaba. La gente ya no quería ni al partido oficial 1, ni al 2. Y
ya no se fiaba del sindicato oficial 1, ni del 2. ¿Qué se podía hacer? ¡A ver
si va a resultar que sube la izquierda de verdad, esa que no controlamos y que
nos saca los colores!
“No temáis: La gente no nos quiere, pero tampoco se fía de ninguno de
mis tres rivales. Crearemos un cuarto que les diga lo que ellos quieren oír,
que les prometa lo que quieren esperar. Se subirán todos a ese barco, y luego,
como lo hemos creado nosotros, lo hundiremos.”
Así fue. Apareció un nuevo adalid, noble y generoso. En todos los
rincones, en todas las plazas, se pagó a gente que cantaba las excelencias del
nuevo héroe. Él tenía la solución de todo. Nadie sabía cómo, pero lo iba a
arreglar todo de diferente forma que los reyes tradicionales. Y fue ganando
seguidores, y los rivales eternos del Rey fueron perdiéndolos, de forma que ya no
eran amenaza.
“Señor, hemos creado un monstruo que ahora se nos comerá, decían sus
generales al Rey. No temáis, respondió este: Dentro de sus seguidores ya he
prometido el poder a varios de ellos si le pasa algo al Adalid.”
Así fue, la sabiduría de aquel tirano (los tiranos no son tontos,
lección 1) hizo que, tras arrebatar seguidores a los tres rivales, el partido
del nuevo adalid quedara desmembrado por las luchas internas. De esta forma, el
Rey había desactivado la amenaza, desorientado y desesperanzado aún más a la
población y convencido de que, puestos a tener tiranos, más vale uno conocido.
¡No se hable más!, dijeron. Hay
que crear a la criatura y alimentarla con nuestros poderosos medios de
comunicación.
Y así hicieron. Y dedicaron todo
su esfuerzo a desprestigiar aún más a sus antiguos servidores: Aparecían
noticias continuamente sobre corrupción de unos y otros, se extendía la
incompetencia del partido gobernante (o quizá se dieron órdenes, porque tan
incompetente no se puede ser sin querer) y se creó un caldo de cultivo que
fomentó al Nuevo Adalid, que para más cachondeo se lo creía y todo.
Pero estos señores no sabían, o
no recordaban, que la historia del tirano oriental podía variar. Por ejemplo,
los capitalistas alemanes fomentaron el ascenso del partido nazi para que
frenara a los comunistas. Claro, el partido nazi llevó a Alemania y a medio
mundo a la ruina, pero no necesariamente a sus promotores. A lo mejor
aumentaron su negocio y todo.
Es que esto de comerse el coco…
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