Los derechos fundamentales de todo ser humano (La sanidad, la educación, la justicia, el derecho a una vivienda digna, a sacar adelante a una familia, a aspirar a una justicia real, accesible y gratuita...), nunca deberían ser objeto de negocio, especulación o privatización. Si un gobierno gestiona mal, cámbiese el gobierno. Pero que no se utilice la rentabilidad como argumento para el saqueo de los bienes públicos. Los derechos no tienen precio, ni son negociables.


domingo, 12 de octubre de 2014

La salida controlada.

Esto es pura ficción, puro calentamiento de tarro. El que vea segundas intenciones y semejanzas con la actualidad, personas físicas o jurídicas existentes o existidas, es un retorcido, oigan.

Había una vez un país gobernado en realidad por un grupo de personas muy poderosas, que controlaban de una manera u otra tanto el poder económico como los medios de comunicación, y muchas otras instituciones importantes. Aquel país simulaba ser una democracia, porque hasta entonces había sido lo más rentable, tanto para negociar con otros mercados como para mantener sumisa a la plebe, que había aguantado durante muchos años al dictador al que estos señores habían financiado para que acabara con todos sus opositores, casi a riesgo de reducir la población del país significativamente.

Habían ganado muchos años de beneficios. Pero tocó cambiar, porque la olla empezaba a bullir y la situación internacional lo aconsejaba. Se inventaron una cosa a la que llamaron Transición, que les aseguraba seguir mandando de forma que tampoco pareciera que mandaban ellos.

En aquella transición empezó gobernando un partido más o menos controlado. Pero estaba claro que había que prever una salida, para seguir manteniendo la apariencia de democracia, no fuera a ser que ganaran los comunistas y entonces se iban a perder importantes apoyos e importantes negocios, y los jefes de los jefes se iban a enfadar. Y se desempolvó y alimentó un pequeño partido, con un dirigente resultón, que decía ser de izquierdas y daba la imagen.

Consiguieron así una alternancia bipolar: Ahora los conservadores, que controlamos y ellos lo saben, y ahora los otros, a los que controlamos y ellos no lo quieren saber.

Pasaron los años, y nuestros super-amos hicieron pingües negocios, con unos y otros. Si alguno de los gobernantes se ponía borde, se le enseñaban los trapos sucios que se guardaban de él (si no hay, se inventan) o se le ofrecía un bonito cargo para su retiro. Cosas del ser humano, que para lo de los demás suele ser de izquierdas y para lo suyo muy de derechas (excepto honrosas excepciones, que las hay).

También se desempolvaron viejos sindicatos, que empezaron recibiendo un gran patrimonio, por lo perdido en la guerra, y muchas subvenciones. Y los sindicatos hacían su papel, mire usted, que es reconducir las protestas, canalizarlas y orientarlas. La relación entre esta orientación y las subvenciones ya era cosa de la mala prensa y de los malpensados.

Pero llegó un momento en que la gente ya no tragaba. La gente ya no quería ni al partido oficial 1, ni al 2. Y ya no se fiaba del sindicato oficial 1, ni del 2. ¿Qué se podía hacer? ¡A ver si va a resultar que sube la izquierda de verdad, esa que no controlamos y que nos saca los colores!

Entonces recordaron la historia del Rey de Sihun, que tenía tres rivales. Ante la caída de su prestigio, se temía que el rey perdiera el trono ante la coalición de los tres enemigos. Todos tenían segura la pérdida del trono, y lo que era peor, temían que se descubriera de verdad el grado de corrupción nacido y ocultado durante los años del mandato del Rey.

“No temáis: La gente no nos quiere, pero tampoco se fía de ninguno de mis tres rivales. Crearemos un cuarto que les diga lo que ellos quieren oír, que les prometa lo que quieren esperar. Se subirán todos a ese barco, y luego, como lo hemos creado nosotros, lo hundiremos.”

Así fue. Apareció un nuevo adalid, noble y generoso. En todos los rincones, en todas las plazas, se pagó a gente que cantaba las excelencias del nuevo héroe. Él tenía la solución de todo. Nadie sabía cómo, pero lo iba a arreglar todo de diferente forma que los reyes tradicionales. Y fue ganando seguidores, y los rivales eternos del Rey fueron perdiéndolos, de forma que ya no eran amenaza.

“Señor, hemos creado un monstruo que ahora se nos comerá, decían sus generales al Rey. No temáis, respondió este: Dentro de sus seguidores ya he prometido el poder a varios de ellos si le pasa algo al Adalid.”

Así fue, la sabiduría de aquel tirano (los tiranos no son tontos, lección 1) hizo que, tras arrebatar seguidores a los tres rivales, el partido del nuevo adalid quedara desmembrado por las luchas internas. De esta forma, el Rey había desactivado la amenaza, desorientado y desesperanzado aún más a la población y convencido de que, puestos a tener tiranos, más vale uno conocido.

¡No se hable más!, dijeron. Hay que crear a la criatura y alimentarla con nuestros poderosos medios de comunicación.

Y así hicieron. Y dedicaron todo su esfuerzo a desprestigiar aún más a sus antiguos servidores: Aparecían noticias continuamente sobre corrupción de unos y otros, se extendía la incompetencia del partido gobernante (o quizá se dieron órdenes, porque tan incompetente no se puede ser sin querer) y se creó un caldo de cultivo que fomentó al Nuevo Adalid, que para más cachondeo se lo creía y todo.

Pero estos señores no sabían, o no recordaban, que la historia del tirano oriental podía variar. Por ejemplo, los capitalistas alemanes fomentaron el ascenso del partido nazi para que frenara a los comunistas. Claro, el partido nazi llevó a Alemania y a medio mundo a la ruina, pero no necesariamente a sus promotores. A lo mejor aumentaron su negocio y todo.

Es que esto de comerse el coco…

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