Los derechos fundamentales de todo ser humano (La sanidad, la educación, la justicia, el derecho a una vivienda digna, a sacar adelante a una familia, a aspirar a una justicia real, accesible y gratuita...), nunca deberían ser objeto de negocio, especulación o privatización. Si un gobierno gestiona mal, cámbiese el gobierno. Pero que no se utilice la rentabilidad como argumento para el saqueo de los bienes públicos. Los derechos no tienen precio, ni son negociables.


martes, 11 de agosto de 2015

DE CUENTOS, PELIS Y RELIGIONES, O LA PROGRAMACIÓN DE RESPUESTAS SUBCONSCIENTES

Terminada la II Guerra Mundial, la sociedad occidental, vista desde el lado americano, está conmocionada. Los sólidos valores de la derecha previos a la misma, que en demasiadas ocasiones se aproximaban a las ideologías fascistas europeas, se han visto enfrentados al alineamiento “en defensa de la Democracia” por parte del gobierno y de los poderes financieros, (más dependientes de Londres y la banca británica que de Europa), quedando así en una situación de discreto segundo plano, aunque no por ello lejanas del poder.

Por otra parte, la necesaria intervención de la mujer en el mantenimiento de la sociedad mientras los hombres estaban en los frentes ha roto con el papel sumiso de la misma y su conveniente segundo plano en las estructuras sociales. Además, los soldados desmovilizados han visto enfrentarse sus esquemáticas ideas a las estructuras mentales europeas y, por otra parte, la ideología comunista, “compañera de viaje” de los USA en la lucha contra los fascismos, remueve peligrosamente determinados esquemas.

La ubicación de EEUU como potencia dominante precisa dotar al nuevo Imperio de una mitología de base, algo que sustente y defina en el arraigo popular los valores sobre los que el imperio crece. Las religiones, especialmente la católica, se han visto también erosionadas por los periodos previos a la guerra y por su colaboración clara con los fascismos, bien a través de la iglesia española, sustento del régimen franquista, o a través de los silencios cómplices de Pio XII ante la barbarie nazi. Hay que exportar la ideología dentro de nuevos contenedores, y para ello el cine y Hollywood son la nueva herramienta ideal.

Se impone el sustrato tecnológico en el desarrollo del cine.  No en balde, la expansión de la influencia americana viene precedida de la expansión de su cinematografía, de los mensajes expuestos en las películas que las masas, en todo el mundo, esperan sedientas para evadirse de su complicada realidad. A la vez que el 7º de Caballería masacra indios, y que las trompetas de los militares americanos salvan “a los buenos” del desastre total (Paradigma que sorprenderá a muchos soldados criados bajo estos esquemas y que luego fueron estrepitosamente derrotados en Vietnam, choque analizado en no pocos trabajos como origen de las crisis ideológicas de la era Nixon, por ejemplo), los niños son arrinconados en sus sillas por las sensibleras imágenes de los sufrientes animalitos o princesitas de Disney, aterrorizados por la mala bruja (Que no es sino una mujer que se ha salido de su papel tradicional, y ejerce la oposición al poder) o el pérfido dragón  (Que no en balde es rojo) y en espera de que el valiente príncipe/león macho haga retornar a todo el mundo en su justo sitio en la sociedad preconizada: Hembras sumisas y familiares, niños dóciles y papás/machos dominantes vigilantes del orden social.

Las asociaciones que se graban en el subconsciente de los niños son brutalmente significativas: La niña buena, si es suficientemente buena, llegará a princesita y, ¡El Colmo! Se casará con El Principe para ser una buena esposa consorte. Ambos son blancos y rubios, claros, o en casos excepcionales hermosos indígenas de estética aria. Los malos son feos. Cuanto más malos, más feos. Los negritos son tontitos (como actualización no hay más que ver algunos de los protagonistas / coprotagonistas  de algunas o casi todas las películas de "polis")  y los dragones y las fauces del lobo… ROJOS.

Disney es un ferviente anticomunista que declara contra sus propios compañeros en el Comité de Actividades Antiamericanas. El FBI, aparentemente, controla sus producciones, y aún se discute hasta que punto es un sincero conservador que hace ver su subconsciente en sus productos o bien utiliza el respaldo de tales fuerzas para elevarse comercialmente. El hecho es que la asociación ideología neocolonialista-conservadora+<->Films de Disney no solamente está repetidamente analizada y documentada, sino que salta a la vista de cualquier espectador avisado, obviamente, de modo más nítido en las producciones del periodo de auge de expansión<->guerra fría.

En la España post-dictatorial, la mayor parte de familias ha crecido en colegios bajo el influjo del nacional-catolicismo. El excelente manipulador previo de respuestas subconscientes que es el concepto de pecado está arraigado principalmente en la población femenina, futuras madres, que todavía no se ha despegado, en su mayoría, ideológicamente de las monjitas. Con una juventud con referentes como “Viva la Gente”, “Jesucristo Super-Star”, matinales de La Famila Trapp” o similares, las futuras mamás se preocupan de que sus niños sean buenos y permanezcan en los rectos caminos del Sistema. Y para ello, ninguna medicina mejor que la que fue referente en su propia infancia: Las peliculitas de Disney, los mundos dorados y azules de las princesas, cursis y cantarinas, las tinieblas de los malos amenazantes para los niños díscolos. Todo ello, sabiamente presentado y rodeado además de un “merchandising” que incluye muñequitas, pijamitas y miles de accesorios que, cada vez que se regalan, envían al niño el mensaje imbuido brutal, freudianamente, en su subconsciente: “Se bueno, se sumiso, haz lo que te dicen, protestar es de malos, el Rey/Principe/militar/jefe poderoso te salvará si eres de los suyos”. Y cuando dejaban de ver estas películas, pues veían cualquier otra “para mayores” de unos estudios de Hollywood controlados por el gobierno o los poderes americanos en plena lucha contra la “subversión”.

Para desarrollar un niño libre hay que librarle, en principio, de programaciones previas. Siendo inevitable que se imbuya de los valores de su ambiente cercano, de los mensajes principalmente no verbales que se le transmiten desde el primer momento, hay que evitar en lo posible aquellas “marcas” que van a condicionar su respuesta subconsciente en el futuro (con una analogía informática, aquellos “virus” que se introducen en su sistema lógico). El primero de ellos es el pecado, para lo cual hay que evitar su contacto con cualquier sistema religioso basado en la represión y en el concepto de culpa. Y en las épocas mencionadas, el segundo de ellos es el mensaje de sumisión, en ocasiones subrepticiamente tiránicos, que se transmite a través de cuentos, películas, televisiones y otras herramientas utilizadas por unos poderes muy preocupados en formar súbditos antes que personas. No está de más plantearse, por ejemplo, la relación escalada en el tiempo de los valores transmitidos por los medios de comunicación de masas y las realidades políticas: La saga de los “Rambos” y el retorno de los republicanos, por ejemplo. ¿Qué veían cuando eran niños los que después votaron a Bush? ¿Qué influencia tiene La Guerra de las Galaxias en el retorno de la democracia, de los valores Obama? ¿Qué influencia tuvo la serie “Friends” en la aceptación del papel mileurista de tantos jóvenes? ¿Qué influencia tienen las teleseries de hoy en los gobiernos del mañana?

Probablemente, mucha más de lo que parece. La sociedad futura de nuestros hijos se forma con la mentalidad y los valores que hoy les vamos pasando. Los niños que se pasan horas delante de abyectos programas de TV, o los adolescentes que van a los multicines a ver películas absolutamente exentas de racionalidad, propagadoras muy cuidadas de escalas de valores instrumentales para el poder, tendrán que elegir (o aguantar más o menos sumisamente) a sus dirigentes del mañana. Tiene tela la cosa… (¿o "Tele"?

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